Jose María, la grandeza o se tiene o no se tiene. No puedes fingirla. No se puede impostar, porque cuando suena a inversión, huele a podrido. Tú eres un pobrecillo y la altura de tu mermada grandeza está a la altura de tus menguadas vivencias. Los ojos no engañan, y sólo las miradas que han sufrido lo suficiente pueden ser generosas ante el sufrimiento ajeno. Tú no has sufrido nunca, Josema, porque eres un niñato, porque no has amado del todo, y como no has jugado no sabes lo que es ganar. Ni lo que es perder.
Cuando se pierde, se retira uno, discretamente y sin tocar los cojones. Hay que tener clase y dignidad hasta para morirse. Facilitando las cosas como hacen los toros bravos, muriendo con la boca cerrada y sin un solo signo externo de dolor. Morir, como perder, mucho mejor en silencio. Pero ahora hablamos de ganar. La grandeza y la generosidad se demuestran cuando el que está perdido es otro. Es tu actitud ante una persona derrotada la que marca la línea roja que separa a una persona de una hiena carroñera. Yo respeto al depredador; él no tiene la culpa de ser carnívoro y, por ello, hacerle culpable de matar a un herbívoro para alimentarse es hacerle culpable por querer seguir vivo, por poner su inteligencia e instinto al servicio de su única posibilidad de sobrevivir. Querer vivir está mal visto entre los hervíboros, que le pregunten a las gacelas acerca de lo que opinan del león. Yo respeto a ese león. A quien no respeto es al carroñero. El carroñero come carne pero no tiene ni los cojones ni el talento para mirar a su presa de frente y acabar con ella. El carroñero se alimenta de miseria, y saca partido de derrotas acaecidas en campos de batalla en las que ni si quiera tuvo presencia.
No comas carroña, Jose María. La carroña es el fast food del héroe. Parece que alimenta, pero a la larga acaba contigo. Son calorías vacías, que se absorben rápidamente y parece que sacian, pero en realidad te vacían por dentro. Aliméntate de grandeza, de locura, de perdón y de sueños. No pidas explicaciones, da las ventajas, no busques causas ni remuevas la mierda porque esa mierda no está hecha sino de deshechos de sentimientos ajenos, y a la otra parte le duele. Pero claro, a ti qué te voy a contar si aún me acuerdo del día que te dejó aquella chica y le pediste el anillo de brillantes porque ya no se lo merecía. ¡Da igual, Chema! Lo mereció en un momento y ese momento está vivo en el mundo cuántico que es el cerebro de una mujer. Si lo mereció un día, aún lo merece. Deberías saberlo, pero da igual: nunca te olvides que ella sí lo sabe. Ella sabe que lo mereció y sabe que lo merecerá. Y el camino que hay que recorrer entre ambos puntos sólo lo conoce ella y lo recorrerá cómo y cuando decida: ellas marcan los tiempos. Y ahí no te puedo ayudar, amigo, porque el tiempo en la cabeza de una mujer es un misterio insondable, un enigma universal, una desquiciante distorsión de la teoría de cuerdas, una fábula en la que nunca sabes si te toca hacer de liebre, de tortuga o de Samaniego.
Me está haciendo Vd. pensar. Gracias por la crítica.