Eva era fiel a todo, excepto a si misma. Una vida provisional, en la que todo estaba preparado para el fracaso. La maleta medio hecha, esperando una señal que nunca llegaba. Cada vez que Lorant dormía, Eva no podía evitar tomarle el pulso. Era un temor estúpido, pero inevitable para ella. Eva se hacía la tonta, pero sabía perfectamente todo lo que pasaba por la cabeza de Lorant. Siempre sospechó que él podría quitarse la vida en cualquier momento, lo cual la atormentaba. Una cosa era que su matrimonio no fuera ni mucho menos perfecto y otra muy distinta soportar la carga de un suicidio en la conciencia. Por eso intentaba, por ejemplo, irse a la cama en el mismo momento que él o cocinar ella misma para evitar toda posibilidad de envenenamiento. La gente no suele tener un tarro de cianuro dentro de una serpiente de madera oculta en un falso fondo del armario. Lorant sí, y nadie escondería algo con esa meticulosidad si no tuviera pensado usarlo.

Ella le amaba, pero era incapaz de demostrárselo. No sabía cómo, no podía, no podía…. Hiciera lo que hiciera a L le resultaba vulgar, nada parecía ser lo suficiente. Incluso su atractivo natural provocaba en la mirada de Lorant esa rebeldía del animal que se sabe sumiso ante la belleza, por lo que tampoco podía cuidarse más de la cuenta. Se sentía atrapada, no sólo en esa relación enfermiza, sino sobre todo en ese fondo de armario envenenado que cada día revisaba minuciosamente. El día de su séptimo aniversario no iba a ser menos. Eva llegó directa a su objetivo, experta tras la fuerza de la costumbre, pero se encontró con lo que menos pensaba. El tarro que durante siete años llenó de miedo su vida, hoy no estaba.

– “¡Maldita sea, Lorant! Lo vas a hacer y precisamente hoy”, se dijo entre lágrimas.

Paradójicamente, esas lágrimas fueron catárticas. Eva se soprendió sabiendo que estaba perdiendo por primera vez el miedo. Nunca pensó que se sentiría liberada el día en el que Lorant decidiera dar el paso final. Pero exactamente eso fue lo que sucedió cuando decidió que no evitarlo era la única manera que la vida le daría para desatar sus esperanzas de sus recuerdos. Era su manera de sobreponerse a la situación y proteger su propia vida aunque fuera a costa de la de L.

“Al final tu corazón se parará por la mujer a la que nunca has sabido amar. Ese es el precio del absurdo en el que has querido vivir, Lorant”.

Estaba hundida en lo más profundo de aquel Gin Fizz que se sirvió mientras cocinaba las tradicionales costillas de cada aniversario. Algo le decía que no sería ni mucho menos el último que tomaría ese día en el que probablemente Lorant se iría para siempre. Cuando a las 14:05 apagó la lumbre para poner la mesa, no pudo evitar pensar que probablemente Lorant nunca llegaría a verla, así que decidió ducharse y ponerse lo más guapa que pudo, por si acaso fuera así. Se equivocaba.

A las 14:12, Lorant entra a la casa. Ella estaba espléndida.

– “Buenos días Eva”

– “Hola, Lorant. ¿Todo bien en el trabajo?, dijo mientras pensaba en cómo ese hombre puede no darse cuenta de lo bella que estaba o si quiera felicitarle el aniversario, y en medio de ese pensamiento, Eva quita las rosas de sus manos y las coloca en el jarrón de la mesa.

– “¿Ha pasado algo? ¿Por qué no respondes? ¿Qué tal el trabajo hoy, Lorant?

Lorant no respondía. Parecía perdido, como sabiendo que el final estaba muy cerca. Eva temblaba pensando en lo que estaba apunto de suceder y quiso romper el hielo con una pregunta cualquiera:

– ”¿Tienes mucho hambre o poco? Hay costillas”,

– “Poco hambre Eva. Poco hambre”, dijo indiferente.

Eva se acercó y le besa la mejilla nerviosa: “Feliz aniversario, ¿o no me lo ibas a decir?”.

A las 14:26, Eva sirve las costillas

–  “¿Demasiado comino, L?”

– “No, está perfecto Eva”, responde Lorant. Gracias por la comida. Brindo por ti y espero poder hacerte feliz”

– “Ya ves, gracias dice….pero si las costillas….¡se hacen solas!, dijo Eva con las lágrimas a flor de piel.

Tras una sobremesa vacía que Eva aprovechó para observar algo en Lorant que le permitiera saber si lo haría o no, a las 16:03, salen juntos del portal y se acompañan mutuamente unos minutos. Eva estaba convencida de que Lorant lo haría esta misma tarde, le conocía perfectamente y jamás habría cogido el veneno si no fuera para usarlo.

Eva estaba muy nerviosa, seguramente era la última vez que vería con vida al hombre al hombre que jodió la suya. Sus nervios ante lo inminente se confundían con una profunda paz interior. Eva miró fijamente al hombre que nunca le abrazó. Lorant dejó claro con un gesto que hoy no sería diferente. Se separaron lo justo para que entre ellos se abriera un callejón frío e incómodo por el que podría pasar un tranvía. Frente a frente, hablaron telepáticamente.

“Piensa un deseo en silencio. Y no lo digas. Ya verás como se cumple”.

– “Silencio: te estoy salvando la vida. Jamás olvides que en esos ojos tiembla mi corazón”.

A las 16:06, se despiden. L gira a la izquierda y Eva a la derecha, decidida hacia los mejores Gin Fizz de la ciudad. Estaba segura de que Herminio’s es el único lugar en el que podrías beber en silencio mientras muere el hombre que un día elegiste. Precisamente el único que jamás quiso abrazarte.

Anuncio publicitario