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Eres química. Una serie de procesos que confundes con los sentimientos de los que sacas conclusiones. Conclusiones que transformas en actitudes y, finalmente, en decisiones que marcan tu devenir y desgraciadamente el de los demás. Una serie de reacciones que provocan tus estados de ánimo. Un rave de dopaminas el viernes. Un sistema nervioso inestable el domingo, con tu carencia de B12 y la belleza de tu demencia neurasténica.

Sale el sol y tu melatonina baila un tango con tus neurotransmisores para escribir palabras bonitas y dar lecciones al mundo de lo feliz que se puede ser y la grandeza del optimismo límbico de tu regazo. Volverán las oscuras endorfinas. Volverá dentro de no mucho también la melancolía de tu postovulación a beber de la orilla de tus miserias orgánicas. Al autocanibalismo endémico de tus otoños.

Tus lágrimas químicas destilan cortisol, pero no lo sabes y buscas las causas en el último error. Las consecuencias las pagará el próximo portero de discoteca que quiera bailar contigo. El día siguiente pedirás progesterona a gritos para poder dormir. Y entonces llamarás de nuevo para recordarme que no necesitas nada, pero que mejor me quede.

Tu dependencia de la feniletilamina es incompatible con tu inmunidad a ella. Necesitas el amor como lo necesita una drogadicta, pero después de una sobreingesta y de una calidad tan baja, cada vez necesitas más para que los neurotransmisores lleguen a tu cerebro hipnótico. Y ya no te hace nada. Necesitas sobredosis, pero no hay sobredosis de amor en los tiempos del pánico.

Vives en la contradicción que surge cuando la vocación de serotonina se presenta como una búsqueda angustiosa, haciendo de la felicidad una quimera desesperada y para desesperados. La necesitas tanto, que denotas en cada paso tu verdadero desprecio hacia ella. No hay hormonas para regular tu pulsión ni la lírica que produce. Dios es una hormona, es química dentro de ti. Si tu cuerpo quiere sobrevivir es porque está programado para ello. Sin la hormona de Dios estarías pidiendo el descabello y quién sabe si ya te lo habrían dado. Qué poco te queda para entenderlo…

No se puede trascender a la ciencia ni acercarte de modo holístico a ella. Pero también es químico entender que no entiendes la química. Ergo non sum. Responder al desamor del otro con tu propio desamor, como poniendo la otra judeocristiana mejilla para que te den tu dosis de oxitocina. Te lo pide la adrenalina. Te veo químicamente pura en este día de primavera.

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