Josele desprecia el escalafón, como cualquier artista desprecia el periódico de mañana. Los eternos no pueden someterse a la vulgaridad de lo cotidiano y no hay nada que ofenda más a un artista que verse encuadrado dentro de su tiempo. El tiempo de cualquier poeta es el mismo: el de Juan Ramón, que es el de Pedro Salinas, que es el de José Hierro. Por eso Josele vive soltando a su paso ese gas secreto que convierte lo ordinario en onírico, siglo arriba, siglo abajo. Es el mismo gas que suelta Hollywood para que diferencies en un solo plano a Los Soprano de Los Serrano. Su estado de ánimo sobra para redactar por anticipado la crónica de cada faena en la que levitará medio metro para que la realidad no venga a teñir sus zapatos de vulgaridad. Lo bueno de los levitantes es cuando te prestan sus alas. Lo malo es cuando olvidas que eran prestadas.
Josele inventó las despedidas para ser sublime de modo permanente. Es un mago de los medios tiempos, un artista del existir, un personaje cumbre de la literatura universal, a la altura de un Don Quijote interpretado por Truman Capote. El misterio hecho pecado. Y así, peca entre nosotros para marcar la diferencia cada tarde entre torear y pegar pases. Entre una sobremesa y una justa poética de toreros de salón. Su cetro fija el estándar: por encima, el milagro de la vida del Arenal en un domingo de resurrección eterno. Por debajo, la civilización.
Hay toreros que entienden el milagro de la hondura, de fuera hacia adentro, de arriba a abajo. Tanto, que cuando cita de frente y al natural –que es siempre-, dibuja con su muleta un signo de interrogación entorno a él en la perpendicular de un verso. Es la marca del zorro en el albero, sin necesidad de ponerse un antifaz para crear el misterio, porque el misterio –sin su pupila ni mi pupila azul- es él: Josele, Franciscus, Morgan. El bueno, el feo y el malo. La santísima trinidad disfrazada de Lee Van Cleef en un carnaval en el que Don Carnal renunció ante la cantera de fakires del hechicero, del brujo, del mago con montera por chistera.
Sin patalante no hay toreo, sin templanza no hay faena y sin valor no hay vergüenza. Todo artista debe ser, antes de nada, un poeta, y él hace endecasílabos sin perder la cara “al de rizos”, como el poeta cita al amor y a la muerte desde el primer rayo de sol de cada tarde. Más cerca, más despacio, más lento: los juegos antiolímpicos del Parnaso, esquina Nuestra Señora de la Calle. Lo de la Compañía fue porque allí batimos el record del mundo de abrazos el día que debuté. Sin flamenquismos ante toro moribundo, sin desplantes a toro pasado…¡Cómo no dejarse atrapar por la vida cuando es a tu manera! ¡Cómo no rendir pleitesía al planeta en el que pisas! Mira que eres canalla, maestro.
Cumple años el arte y para los Morganistas hoy es Navidad. Le quedan muchos años entre nosotros para orgullo de su familia y para gloria de la hostelería. Pero estoy seguro de que el día que quiera, de tanto levitar, ascenderá a los cielos en cuerpo y alma para reírse de todos con su última larga cambiada y cortarle la coleta – nunca el rabo- a la vida. Otra vez, maestro, sin ponerte de rodillas. Otra vez sin engañar al graderío. Otra vez sin pasar por la capilla, otra vez toreando con las yemas de los dedos desde el altar profano de cada tarde. El pase soñado es eterno y ese tuyo no conocerá fin. Pero sin prisa, que han de mirarse en tu espejo varias generaciones para conocer el ideal de nosotros mismos. No compartirán tus genes, pero sí tu escuela. No sé si sabes que por tu culpa, hoy hay Encinas en cada capital del mundo libre.
Por ahí le veo venir: dejando tres huellas a su paso, con la sonrisa de quien acaba de parir su última ocurrencia y con los restos de su último milagro en las ojeras. Las mismas ojeras cegadas por el resplandor con que el sol brilla en sus alamares. La puerta grande mira al ocaso, pero la tuya lleva el alma hacia el alba. Por favor, en pie, que la primavera empieza hoy. Que el arte comienza cuando él quiera comenzarlo con su paseíllo, tan despacio…
En pie, por favor, que ya despunta el día. En pie, que por ahí aparece: De verde botella y noche, camina el último torero.