Antes de que llegaras no había más que arena y desierto. Poco ha quedado además de la bruma por recuerdo. Vivir era apenas sobrevivir con las botas desatadas, la maleta deshecha y el alma desnuda expuesta a un viento del norte cada vez más brutal y degradante. La placidez era vacua y el encanto apenas sueño de un delirio. Luego llegaste tú para llenar las calles de alma y las almas de un aire que brota desde dentro. Rebosante de susurros, susurrante de secretos e inspirando plenitud.
Antes de que llegaras yo aún no era yo (esa es la verdad). Éramos el preludio de una obra cuyo final se antojaba inabarcable y desafinado. Las noches eran vulgares y los días no eran más que sucesión de horas de hedonismo sin objeto. Ni casa ni tierra. La verdadera decadencia es la que viene envuelta de tul, como la arquitectura efímera de las Krupp. Nos sobraba otoño al final del día.
Antes de que llegaras ya te estaba esperando porque aunque no estabas, ya eras en cuanto que te pensaba. Todo lo que he hecho bien –ya te lo adelanto- ha sido pensando en ti y en tu futura presencia. Cada apuesta, cada esfuerzo, cada renuncia, cada rasgo de inteligencia deviene y brota de tu existencia, ya desde la ausencia.
Veíamos caer sonidos mudos del cielo. Palmas huecas congelándose en un intento de sonrisa. Aire impuro. Aire caliente. (Sólo aire). Sé que no me entiendes. Espero que no seas capaz de sentirlo, pero trato de decir que aunque el sonido era el vacío de unas palmas sordas, nunca fueron ciegas porque yo te miraba mirar escondido. Intentaba mirar lo que mirarías, para saber qué no mirarías. Pero te miraba a ti, desde delante. En el futuro de ti, siempre. Y miraba lo que un día sería mirado por ti, que desde entonces ya llevaba tu adjetivo, tu velo. Te miraba a ti, y mirábamos lo mismo sin tú saberlo. Cuando te abracé por primera vez se tocaron las miradas, se tocaban. Imaginé que cerrabas los ojos por sentirme y cerré los míos en silencio. No sé qué hacías pero nunca tan juntos como mirando lo contrario.
Así que no me preguntes qué pasa, que te explique o que profundice, porque hace mucho frío y sólo quiero trepar hasta tus pies, y de camino besar a la luna, a cada pájaro, a las nubes, al olor a lana de tu piel, a la planicie de tu pedestal, y reconocer que la ansiedad que entonces me destruía era sólo la consecuencia de que ni tú aún soñaras ni yo aún muriera por ti. Apenas eso, hija.