2014-05-03 22.35.13

Por si fuera poco, entonces llegó la primavera a despertarle. Reptaba hacia el cuarto de baño y de allí salía media hora más tarde transfigurado, limpísimo y con ese olor triste a espuma de afeitar superpuesto a la piel de viejo. La tristeza no se iba hasta que el olor a café tapaba por completo al del fracaso. Se despertaba así el personaje y se dormía la persona, de modo paralelo y simétrico, como dos vasos comunicantes llenos de ron de caña. Deja de escribir y sal de esta casa, busca un trabajo de verdad, haz que tus hijos y tu padres estén orgullosos, sal de la adolescencia, ahorra un poco, vete a un gimnasio, baila bajo la lluvia. Se vestía lentamente, como naciendo de nuevo, hasta que conseguía que su imagen fuera la apropiada para dar una entrevista a Paris Match; tenía todas las respuestas preparadas desde hace años. La posibilidad más grande que tienes de salir en Paris Match es comprarlo, fracasado. A ver si escribes algo bueno, sabes que eres capaz, estás a punto de encontrar la veta buena.

Escribía toda la mañana. Tres mil palabras. Sucediera lo que sucediera, tres mil palabras, ya estuviera en medio de una escena maestra o simplemente rellenando espacios por el mero hecho de rellenarlos. Tres mil palabras y ni una más. Se levantaba entonces del escritorio, aliviado. Tres mil palabras y ni una menos. Ojalá perdiera las manos para dejar de torturarse escribiendo. Durante una época fue así -era feliz y todos sabemos que los hombres felices no escriben-, pero la felicidad duró poco, como siempre que ha merecido la pena y entonces algo viene a despertarte. A veces es una mujer, a veces una canción, a veces una conversación que escuchas en el metro. Algo viene a agarrarte de la solapa y sacudirte. Ponte a escribir y olvídate de esa vida plácida, gilipollas. Lo de comer con tu suegra no es lo tuyo. ¿A quién quieres engañar? Tomar un café a media tarde y hablar de cómo os ha ido el día no es lo tuyo. Ni la manta ni el sofá ni la película ni los planes de fin de semana. Fingir que te caen bien sus amistades no es lo tuyo, farsante, mediocre, vulgar impostor disfrazado de puta. Lo tuyo es escribir, solo, destructor, destruido e indestructible. Tras las tres mil palabras, un paseo en soledad, siempre por la misma ruta. Posando. Gustándose. Soñando en un encuentro casual que lo cambiara todo, pero se le echó encima la primavera. A pesar de intentar ocultarla, se le cayó encima sin previo aviso, como un bulldozer pasándote por encima en medio de la noche. Las lluvias y el viento se lo llevan todo, y esa primavera no paró de llover. Las alcantarillas ya no daban abasto y expulsaban el agua, y ese olor a sopa sosa lo ocupaba todo.

Comía a la una de la tarde y acto seguido dormía media hora. Qué cojones haces durmiendo, estúpido holgazán, sal ahí y vive, vete a comer, vete a follarte a Eva o a Lorena, vete a beber whisky en un lugar luminoso, siempre te gustaron los bares de los hoteles porque los camareros no hablan y a veces baja una viajera con ganas de follarse a un escritor local. O al menos ponte a escribir, tienes la historia donde la querías. A las dos estaba listo para seguir con su rutina. Contestaba e-mails, veía las cuentas, leía la prensa y redactaba una columna política para un periódico extranjero. La tarde entera estaba reservada para su familia, hasta que por fin todos se iban a la cama y volvía a su actividad preferida: la lectura. No era un gran lector, pero cada semana leía al menos un libro de poesía o mejor aún, novela. Hay que leer mucha novela para que no se te olvide lo malos que son los demás y no caer en sus defectos. Se quitaba la ropa y ya desnudo pedía a Dios que condenara al infierno a todos. A las once de la noche se metía en la cama y soñaba con dejar de escribir, es decir, con ser feliz, es decir, con el encuentro casual de mañana que lo cambiara todo. Tú no quieres vivir para la escritura y morirte. Tú escribes porque no te quieren. Tú escribes para que te quieran. Ya lo has comprendido todo lo suficiente como para no tener ninguna certeza. Debes pedir perdón por todo lo que has dicho antes de comprender. Ya no sabes nada. Ya no tienes armas para escribir, ya no tienes -por fin- un criterio formado, ya te has dado cuenta de que no hay nada. Ya no tienes ni idea de nada. Ya no puedes escribir. Estás en el punto de partida del resto. ¿Tan atrasado estabas que has necesitado toda una vida para llegar al punto de inicio de los idiotas que criticas? ¿Qué has hecho? ¿Por qué te sientes liberado? Has llegado a ser idiota tras mucho esfuerzo, pero aún debes esforzarte hasta ser idiota del todo. ¿Tan idiota eres que necesitas esforzarte mas que el resto para ser tan idiota como ellos? Y lo que es peor, ¿por qué te sientes necesario e imprescindible aun así? ¿Es acaso tu silencio imprescindible? ¿Es tu estupidez necesaria? ¿Tanto ruido hacía tu silencio? ¿Tanto molestaba tu búsqueda? ¿Cuanto has hecho el ridículo llorando? ¿Por qué nadie te ha dicho nada? ¿Y por qué aun así sigues con esta vanidad? «¡Alabad mi silencio, lleno de nada! Cada silencio es un esfuerzo lleno de pasado borrado». Pero ni si quiera tu silencio es como el suyo, tan lleno de estupidez y de desinterés. Al menos tu silencio está lleno de nada. El vaso comunicante se había vaciado del otro lado y había que llenarlo de vacío; había que recoger nada. Para eso servía la noche.

«Pido perdón por todo lo que he dicho en mi vida». Vale, pero aún así sabes que tu nada es más NADA que la nada. Ahora descansa, genio. Descansa de una vez, impostor disfrazado de puta.