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El viento que desliza suavemente tu foulard, el agua que brota plácida de un manantial de Costa Rica, el sol leve que no quema ni ciega, la piel suave de un bebé, una madre joven y guapa que sonríe al futuro, los puerros gratinados, el sushi de ese sitio tan especial, el tartar de tomate, el tataki de atún rojo, un vestido blanco de hippie y un pareo estampado con mascarilla a juego, un ramo de rosas rosas con una gotita de agua estratégicamente dispuesta para la foto, los cachorros de Golden Retriever, correr riendo en una playa en otoño con tus pantalones recogidos y sosteniendo en la mano el pañuelo que acabas de quitar de tus cabellos, escribir con el pie en la arena que todo va a salir bien, posar con una taza de té matcha en las manos mientras ves la lluvia caer al otro lado de una ventana con persianas venecianas en una mañana de primavera, aplaudir al sol cuando se pone, saludarle cuando sale, ir vestida solamente con una camisa de él que te queda muy grande, los besos furtivos, un festival de teatro conceptual, intentar atrapar el agua con tus manos y dejarlo caer a cámara lenta entre tus dedos, una abuela con gafas de pasta como Buenafuente, salvar a las chinchillas, presumir de tener muchos amigos gays, desayunar pan tumaca en un pueblo con mucho arte románico, el terraceo, ir al cine sola, el pan integral, la masa madre, la mermelada de naranjas amargas, los mercados medievales, el jabón natural, andar en bici con unas margaritas recién cortadas en la cesta de delante, volver a casa con los tacones en la mano, mirar las vistas desde el tren en el que llegas a tu casa por Navidad y guiñar un ojo a un niño que a su vez te sonríe de modo cómplice, servirte una copita de vino blanco para leer, poner inciensos cuando el sol comienza a caer, señalar en un plano el parque más cercano a una pareja de suecos que llevan un sombrero Panama, desayunar copos de avena comprados en una tienda de comercio justo regentada por una indígena divorciada que sacó adelante sola a sus tres hijos, una ensalada con muchos tipos de lechuga en un bowl de color imposible, buscar a una persona que te complemente y encontrarla en esa librería de segunda mano que tiene también café ecológico y que se te caiga de las manos ‘Juan Salvador Gaviota’ y sea esa persona la que te lo recoge cuando las miradas se cruzan, decirte «Buenos días, princesa», no bautizar a tu hijo y que ya decida él cuando sea mayor, amar el ballet desde pequeñita, ir a festivales pop y saber bailar ritmos tribales y coreografías, reservar en un gastrobar de esos de palets usados y camarero argentino para almorzar con ‘estas’, amar el cine sueco, los pantalones de lino, admirar a Guardiola, soñar con Finlandia, viajar a la más desconocida de las islas Baleares, conocer y visitar calas inaccesibles para ver puestas de sol con un daiquiri en la mano, el día de la música, la tarde de Julia, la noche de los museos, la hora del planeta, la semana de la moda, el mes de las flores, los objetivos del milenio, Fernando Simón, ser anticapitalista, tomar leche de soja, el ‘chill out’ en una terraza con sillones muy blancos y brochetas de sandía, tomar notas en tu moleskine de tu visita al museo del traje, preferir el Reina Sofía y las galerías independientes al Prado y la Malborough, la escuela pública, ser agnóstica, el multiculturalismo, la voz susurrante de la mujer del anuncio, la belleza real, el brunch del domingo, recitar lo de táctica y estrategia de Benedetti, saber quién es un tal Marwan, dar la vuelta al mundo si te toca la lotería, los veleros, tomarse un año sabático para escribir y no hacerlo, creer en algo tipo energía, el champán rosado, no querer volver a Venecia, soñar con La Toscana, ser liberal en lo hostelero y progresista en lo tuitero, decir que te gusta la horchata, necesitar una escapadita este ‘finde’, las chaquetas de lana con las mangas muy largas, el agua micelar, adorar a James Rhodes, odiar el fútbol y los toros, no perderse las hogueras de San Juan, entrar en el año nuevo con un nuevo deseo, preferir Barcelona a Madrid, escribir con pluma, llevar menorquinas, quejarte de no conseguir hamaca en el beach club, el ‘russian white’, dedicarte tiempo a ti misma, necesitar desconectar, enamorarse de nuevo, decidir no ser madre, arrepentirse de haberlo sido, releer a Isabel Allende, el laicismo, los espárragos trigueros, la equis de fines sociales, el comercio tradicional, el papel reciclado, la banca ética y por supuesto estar en contra de los clichés y ser inclasificable. Ya me entienden.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 28 de agosto de 2020. Disponible haciendo clic aquí).