Cada español es un nuevo rico en potencia. Cada español lleva dentro el germen del ridículo y del derroche, de la fantasía colorista y del exceso más paleto. Querer ser nuevos ricos deja entrever que en realidad son viejos pobres. Querer cambiar la situación económica personal es lícito, pero ello no implica cambiar la situación social de cada uno. Muchos seguirían siendo igual de pobres aún en la abundancia, porque al igual que cultura no equivale a formación, penuria económica no equivale a pobreza. Es por ello que, para muchos, el éxito económico no ha venido acompañado de un tránsito desde el carnet de constructor hacia el carnet de la biblioteca. Del mismo modo, a otros las estrecheces económicas les han pillado leídos, formados y viajados y por eso no se les nota tanto. Ni antes sus borracheras eran de camisa hawaiana ni ahora son sus otoños tan tristes.
“El infierno son los otros”, decía Sartre, y yo opino que lo que quería decir es que “España son los otros”. Cuando un español critica a España, critica al resto de españoles, nunca a si mismo. Los pobres a los ricos, los trabajadores a los sindicatos, los madrileños a los de provincias, la izquierda a los liberales y los taurinos a los antitaurinos. Ni uno de ellos tiene más idea de lo que España es más allá de lo que no es, es decir, de si mismo. Se construyen tautologías perversas y lo hacen a partir de un negativo. Y eso sirve para construir nada menos que el imaginario individual de una nación: España es lo que no soy yo. Me sorprende en este sentido que la acracia y el caos que subyace en la mente de cada español se haga tan evidente frente a la Iglesia como oculto frente al estado, esa religión laica. Me sorprende también que se identifique futuro con progreso, y que aunque lo que traiga el futuro no sea más que bárbaros quemando libros, sería aún así visto como progreso. Del mismo modo y por el mismo motivo, el pasado es un lugar oscuro donde habita Franco, el brazo incorrupto de Santa Teresa, el martirio de los indios y la Santa Inquisición. El pasado es el mal. Conservar lo malo es absurdo. Ergo ser conservador es ser malo, aunque en el pasado vivan Marie Curie, Miguel Ángel, Quevedo y Ludwig Mies van der Rohe.
Teniendo en cuenta que lo que nos trae el presente es el caos del 98 y que lo que nos trae el futuro es nacionalismo y comunismo, me sorprende que a los a si mismos llamados progresistas no les suene familiar la historia. Su progreso es terriblemente reaccionario. Esperan, sí, pero esperan al pasado, al Cromagnon con camisa negra marchando sobre Roma. Fascistas y comunistas, pese a lo que los lugares comunes dictan, comparten su lugar en el espectro ideológico: son regímenes colectivistas. Escuchar los argumentos de la extrema izquierda en España es escuchar de nuevo los discursos anti-europeos, anti-americanos, anti-capitalistas, anti-liberales, pro-obreros, anti-aperturistas, intervencionistas, planificadores y pro-sindicalistas de Franco cuyo regimen, al fin y al cabo, fue uno totalitario de corte sindicalista y próximo a un marxismo con cierto respeto de la propiedad privada. Justo lo que muchos quieren ahora, en su ansia renovada y su infinita originalidad. ¡Qué bien les vendría leer más allá de las letras de las pancartas!