Liberales y socialistas tienen algo en en común: la insoportable superioridad moral con la que te hablan, como perdonándote por tu tremendo error al no ser de los suyos. Y es que, si no eres uno de los suyos, solo puede ser por uno de estos dos motivos: o porque eres idiota o porque no has leído lo suficiente.
A decir verdad, tienen algo más en común: ambos son progresistas. En efecto, igual que, contra lo que marcan algunos lugares comunes, no toda la izquierda es progre, hay que recordar que existe un parte nada desdeñable de la derecha mucho más progre que la propia izquierda sociológica, y esta parte no es otra que la integrada por los liberales. Los liberales piensan, como la izquierda, que es posible lograr una sociedad mejor (de ahí la fascinación de la izquierda con autores liberales como Rawls, por ejemplo). Solo difieren entre ellos en los medios a través de los cuales llegar a esa Arcadia feliz que anuncian. Ambas corrientes progres, insisto, pretenden una transformación social bajo la dirección de una ideología, que es el punto de partida de sus diferencias. En realidad, todos ellos son hijos de la ilustración, como si la experiencia y la tradición no pesaran nada en la configuración de la sabiduría. En el caso español son, además, herederos de la revolución francesa, que es el germen histórico del populismo. Sobra decir que yo no soy ni un revolucionario ni un optimista antropológico, como todos ellos. Y que, como avanzó Isiah Berlin, hemos de aceptar que esa Arcadia progre-liberal no llegará nunca por el sencillo motivo de que no es posible.
Sin embargo, respeto profundamente el liberalismo como sinónimo de democracia liberal, como sistema político. Y aquí hay es donde hay que dar la voz de alarma: últimamente el zeitgeist se encuentra anclado en ese economicismo típico de los liberales modernos y, por ello, se está identificando demasiado liberalismo con liberalismo económico y, a su vez, con el anarcocapitalismo más adolescente, amplificado por la redes y su escaso reposo intelectual. Yo me niego a caer en ello. Como se encargaba de recordarme Quintana Paz, no todos los liberales son Rallo y yo se lo agradezco. Uno se cansa de escuchar desgastadas utopías fracasadas vestidas de modernez, como una de esas señoras de 90 años vestidas de minifalda y con el pelo de colores. Un ultraliberal no está menos equivocado que un comunista y, por ello, ya nadie serio cree de verdad ni en libre mercado ni en el socialismo.
Hay que recordar una vez más que el liberalismo económico es una ideología-fantasía carca del siglo XIX y que no hay nada de nuevo, de moderno o de renovador en ello. Tampoco en el liberalismo político en realidad, una vez que está asumido por todos, también por los socialdemócratas, pero al menos está consolidado. Y sin embargo, el liberalismo económico defendido actualmente por los laissez-faire destruirá el liberalismo político por el simple hecho de que son incompatibles entre si. El único modo de garantizar el principio de igualdad de oportunidades que reclama para sí la democracia liberal es desterrar la manida cruzada de esta gente contra el estado. Y, añado, sin estado no es que no haya igualdad de oportunidades, es que tampoco hay civilización.
No confundamos tampoco capitalismo con liberalismo; yo soy capitalista convencido y, por ello, no creo en el libre mercado, que solo nos llevaría a la selva, al fracaso del sistema y a la muerte al por mayor. El capitalismo necesita leyes, necesita justicia, necesita seguridad y necesita orden, es decir, necesita estado para hacerse real. Además, necesita paz social y sucede que la gente tiene la mala costumbre de rebelarse cuando tiene hambre, qué cosas. La gente -tan vulgar – se pone nerviosa antes de morirse, y por ello hay que recordar que para que se pueda ganar dinero conviene que no haya revoluciones, es decir, conviene una socialdemocracia. Una socialdemocracia si quieren light, ordenada, moderada, bien gestionada, pero una socialdemocracia al fin y al cabo que, por otra parte, es la única manera de cumplir la constitución de la que nos hemos dotado. Hay socialdemocracias indistinguibles de sistemas liberales clásicos y su instauración supone el único freno efectivo al populismo. La alternativa real a la socialdemocracia no es el libre mercado sino el populismo. Conviene crecer.
Por otra parte, si por todos es asumida la necesidad de poner límites al poder político -y eso que emana directamente de la soberanía nacional, es decir, de nosotros-, imagínense si hay que poner limites al poder económico al cual no ha elegido nadie. Si dejamos libres a los políticos van a tender a abusar, y si dejamos libres a los poderes económicos, vamos a terminar todos esclavizados. Admítanlo de una vez y dejen la utopías. El libre mercado es el mayor enemigo del capitalismo y ningún hombre prudente, equilibrado -conservador- puede respetar un sistema que lleve dentro de sí la semilla de la destrucción del orden social nacido del sistema liberal. Esto no lo veo solamente yo. Marx o Joseph Schumpeter también anticiparon el carácter revolucionario del liberalismo. De hecho, y aquí me voy a meter directamente en la polémica -te debo una cena, Quintana, con esto ya directamente me encargo también de las copas-, Marx tuvo razón en casi todo, no así los marxistas, que han leído a Marx lo justo. Marx supo que el capitalismo acabaría destruyendo a la burguesía que lo había creado, como así ha resultado siendo. Además, no hay nada más marxista de base que la meritocracia que exigen los pijitos liberales de Plaza Castilla cuando dicen que hay que cobrar en función del valor que se aporta y no en función de la muy smithiana teoría de la oferta y la demanda, teoría por otra parte fallida. Yo estoy de acuerdo con los pijitos, pero eso del valor agregado es un concepto marxista, camarada neocap, y de ahí surge, por cierto, otra similitud: el carácter elitista que el liberalismo clásico comparte con el marxismo.
En fin, que yo venía a decir que el progreso no está en la izquierda, en el liberalismo, ni tampoco en el futuro, y que por ello hemos de luchar contra el discurso progre llegado de izquierdas y de derechas y reivindicar un discurso conservador que se oponga al liberalismo sci-fi. El progreso está formado una serie de valores y de conceptos que se encuentran indistintamente en el tiempo y en el espectro ideológico, pero muchos de los cuales ya han sido alcanzados y por ello lo que toca es conservarlos. Nada más progresista que ser conservador. Como he dicho en otras ocasiones, para un romano que vio la época de la República y la invasión de los bárbaros, el progreso está en el pasado. El futuro es posibilidad de cosas malas. Por ello toca conservar el progreso y para ello, del mismo modo que la izquierda se deshizo de Marx, el liberalismo tiene que quitarse de encima el molesto sonido del sonajero adolescente de la misa tuitera y el «liberalismo pop» para volver a ser algo serio. Y de paso que alguien les diga que, más allá de la defensa de valores individuales como el esfuerzo, el emprendimiento o la función empresarial, existe una sociedad seguramente no tan capaz y no se la puede dejar atrás; que si se adoctrina con el liberalismo, se deja de ser liberal y que si el capitalismo existe aún es a su pesar, no gracias a ellos. El capitalismo existe porque los liberales que han llegado al poder nunca han sido tan necios como para eliminar los impuestos. En España, sin ir más lejos, si Podemos no gobierna es exclusivamente gracias a que Rajoy decidió no hacer los recortes que esta gente exigía y a que mantuvo un sistema de protección social y un estado de bienestar con el que hemos salido de la crisis sin grandes revueltas, lo que a la larga ha fortalecido el sistema liberal-capitalista. Lo conservador era, en ese caso, ponerse los manguitos socialdemócratas, no sacar las tijeras libertarias.
Termino con un llamamiento a la prudencia, con una oda a lo posible, con un abandono total de las utopías y con un retorno a la inteligencia y a la frialdad como sinónimo de buen gobierno. Antes de soñar con el mejor de los mundos posibles, deberíamos aspirar al mejor de los mundos alcanzables, a una sociedad no perfecta, sino simplemente eficaz. Y a ser posible decente.