No sé quién lo dijo, pero es cierto que primero aterriza el cuerpo; el alma tarda en llegar. En mi caso supe que estaba en España exactamente a la altura de Campo de las Naciones, cuando una rubia teñida echaba una enorme bronca telefónica a su novio a escasos diez centímetros de mi oreja izquierda y le increpaba a gritos, preguntándole que quien se creía que era ella, advirtiéndole que así no iba a ninguna parte y que era la última vez. Fue una bienvenida que olía, como ella, a macarrones blandos, a fracaso y a habitación cerrada. Algo comencé a sospechar ya en el vuelo ante dos o tres demostraciones de falta de educación a la española, donde varios ejemplares de todas las edades trataban a la tripulación como tratarían a un esclavo irredento en el siglo XVI. Siempre a gritos. Todo a gritos. Sin piedad. Tiene sentido que las aerolíneas de bajo coste tengan dentro a algunos pasajeros de bajo coste.
Varios días sin oír hablar de Podemos. Varios días sin redes sociales. Varios días sin oír hablar de Sanchez ni a Sanchez. Varios días sin Torra y sin Rufián. Sin La Sexta y sin Ferreras. Varios días sin oír hablar a los tertulianos analfabetos de las teles, sin redes sociales, sin Belén Esteban y sin Elisa Beni. Varios días que han parecido un lustro, una cura del alma, un spa para las expectativas. Ha sido, sobre todo, volver a ser consciente de que el mundo está allí, fuera de nuestra putrefacción patria, por encima del bajísimo nivel intelectual de este país en todos los niveles. El mundo está en otros cielos, esperándote, abrazándote, diciéndote que España es solo una prueba, karma que hay que pasar, una pantalla complicada a mitad del juego.
Vi un debate político el domingo en la BBC. Lo más agresivo que se dijeron fue “Disculpe señor, pero en mi humilde opinión, su punto de vista puede ser solo una parte del problema”. El moderador era como el presidente del congreso en plena partida de Candy Crash. Hay canciones de Enya con más intensidad. No he oído una voz alta en cinco días. No he oído a cafres en el bar lanzándose las soluciones unos a otros a la cara. No he visto un gesto de mala educación.
Toca volver. Toca la mala hostia del taxista, las mujeres chulitas, los hombres vulgares, el escrache de cada tarde, la manifa de los sábados, perroflautadamente triste, tristemente blanda. Toca apagar la tele y las redes sociales. Toca leer y aislarse en la burbuja. Toca escribir, como siempre, pero esta vez con el espíritu ya purificado de un exceso de España de tal envergadura que me salía bilis por el porvenir.
Toca el día del sindicato y luego el día de la madre, las ojeras de los lunes, la indiferencia de los martes, el silencio de los corazones, los claxones, los recibos, las rutinas, el frutero de abajo, la canción del verano, la campaña electoral, el dolor de muelas, la alergia a las gramíneas, el olor a polvo, a sangre y a jazmines, las sardinas en aceite, los curas, las terrazas lentas, los perros con bozal y las perras sin él. Estoy mentalizado. Toca volver a empezar.