Hace falta una derecha más golfa, más feliz y menos acomplejada, pero sobre todo hace falta una izquierda menos catequista, menos cutre, menos amargada y menos resentida. Hace falta una derecha que deje de agredirnos con la banderita y el crucifijo, pero a cambio pido una izquierda que deje de abofetearnos con esas pancartas de parvulario a las que nos tienen acostumbrados. Odio las manifestaciones, pero odio aun más los pareados de cantina de sindicato que en ellas se perpetran. Sé que es difícil no despreciar los discursos hiperglucémicos de nuestro ibérico rojerío, pero igual de complicado se hace no reírse de las pintas de burócratas fachas que tienen los funcionarios de derechas en provincias. En España no hay una verdadera derecha, liberal, capitalista y moderna. Aquí hay izquierda y extrema izquierda. Y más allá, Podemos y sus unicornios rosas.
Lo peor que ha dejado la crisis del 2008 es precisamente ese socialismo de jardín de infancia y sonajero que comenzó Zapatero y heredó la chupipandi del 15M. Eso no es la izquierda, la izquierda es algo serio, es Felipe, Guerra, Leguina, Solchaga, Borrell, Solana, la reconversión industrial, la UE, entrar en la OTAN, plantar cara al terrorismo. Este socialismo de chupete hace daño a la izquierda, del mismo modo que hace daño a la derecha la idea de que su ideología sea la dupla formada por Rajoy leyendo el Marca en el baño y Montoro acariciando a su gato mientras disfruta en la tele del último hálito del Toro de la Vega. El despertar de esta generación, si es que llega, va a ser duro.
Escribo esto en un bar progre, farandulero y marcadamente de izquierdas de Valladolid. Me encanta este bar, es mi casa y supongo que eso no se entiende desde la izquierda cafre, esa que piensa que la derecha está rezando el ángelus, escuchando a Perales y fumando puros mientras roba a los pobres. Solo que resulta que es falso y que a los que no somos de izquierdas y que la plantamos cara desde un punto de vista intelectual también nos encanta beber, escuchar a Wilco y follar. ¿O follar es patrimonio de la izquierda? ¿O escribir en un bar como este es coto (privado) de los adoradores (por lo civil) de la (laica) barba de Anguita?
Es la batalla perdida de la legitimidad y de la supremacía moral de la neoizquierda que me niego a aceptar. Esta izquierda no tiene una posición superior a nada ni puede dar lecciones de nada, ni si quiera en la Cultura. De hecho, no hay nada mas contracultural hoy que ser conservador. El que hoy quiera ir contra el pensamiento único debe estar intelectualmente en contra de los postulados de la izquierda que todo lo llena, de la masa borreguil que ha traído consigo el espejismo del bienestar. Y eso y no otra cosa es la derecha: lo que no es izquierda. La izquierda fue primero, la derecha lo que se opone a ella. Los punkies de los ochenta iban a contracorriente para tocar los cojones. Si nacieran hoy irían a misa para transgredir y provocar ardor al pensamiento único laicista y liberticida de los compis de la izquierda. Y no hablo de ti en concreto, votante de la izquierda. Hablo del zeitgist, de lo políticamente correcto, del editorialista de la mayoría de los medios de comunicación, de la neoizquierda asamblearia, feminista, antitaurina, antimilitarista y vegetariana. Del que no se ha enterado que la aconfesionalidad es libertad y el laicismo es una confesión que hace imposible esa libertad religiosa.
Entiendo que esto es complicado de entender para los que piensan que la derecha es Isabel la Católica, Fernando VII y Franco mientras que la izquierda es algo relativamente nuevo que viene después a salvarnos. Error. Lo que es nuevo es la democracia, y dentro de ella, vienen la derecha y la izquierda. La primacía de la libertad o de la igualdad. Nunca las dos. Si dejas a la gente libre va a haber gente que destaque y se haga rica y gente que no destaque y sea pobre. La caridad es un valor respetabílisimo, pero no lo llames justicia social. La justicia es que el listo se haga rico. Elige igualdad si quieres, pero no te quejes luego.
La queja es patrimonio de la neoizquierda, quejarse es lo cómodo. Lo arriesgado aquí es no quejarse del gobierno, currar, jugarse la cartera, ser creyente, no abortar, ir a los toros y simpatizar con Israel. Pero la neoizquierda está alineada entorno a un ideario y una mitología propia basada en nada, sólo en que son mejores personas por el mero hecho de que son de izquierdas y – por lo tanto- quieren el bien, mientras que la derecha quiere el mal, la contaminación, infligir dolor a cuantos más animales mejor, irse de mariscada y acabar con las artes, supongo, como si fueran unos sindicalistas del montón.
Con el sindicato hemos topado. El sindicato es antinatural. Si mi hija quiere ser música, lo entenderé. Si quiere ser crítica musical, me empezaré a preocupar, porque no es una vocación natural. Del mismo modo, si mi hija quiere ser empresaria y montar clínicas veterinarias, lo entenderé, pero si quiere ser sindicalista, me preocuparé y mucho. Un tío que quiere triunfar no puede ser sindicalista porque eso presupone un fracaso previo, es algo gris, y los niños no quieren eso, los niños quieren soñar. Los niños no quieren ser sindicalistas, quieren tener éxito y solo desde el progreso económico podemos progresar en lo demás. Primum vivere. Del éxito económico derivan todos los demás, y el progreso económico es incompatible con esta izquierda, que se lo digan a Suecia, que lo ha entendido bien. Se ha instalado la idea de que hay ideología en la economía, que hay una economía de izquierdas y otra de derechas, cuando en realidad hay una economía buena y una mala. Dejenlo ya.
Yo quiero una derecha que se asocie mentalmente al arte -la derecha ha sido mecenas del arte siempre y siempre se ha jugado su dinero; la izquierda solo se juega el dinero de los demás-, una derecha asociada al progreso económico, al hedonismo responsable de Calamaro, a la libertad, al individuo y a la apertura de miras. Una derecha trangresora frente al pensamiento único de la neoizquierda adolescente y su consenso chupisocialdemócrata; la Resistance a los dogmas y unicornios progres. No es Cela, es Umbral cuando se dio cuenta de qué iba esto. No es El Vaticano, es Las Vegas. No es María Ostiz, es el country de los pioneros del lejano Oeste, de los hombres libres, la época de la fiebre del oro y de la construcción del ferrocarril en Colorado. Quien pillara esa época. Se vendría hasta Rahola.
Mi amigo Piqui murió en octubre pasado, después de dos años infernales esperando un donante de pulmón y riñón, un donante que lamentablemente llegó tarde, cuando él estaba agotado de luchar y vivir luchando. Tenía fibrosis quística, una de esas enfermedades que llaman raras pero para los que las viven no lo son, porque les han acompañado desde que eran niños y tienen recuerdos. Para ellos es algo normal. Una Gran Putada normal y corriente. En alguna visita al hospital durante estos últimos años, nos daba por bromear (bendito humor en esos momentos, qué más nos quedaba…) con esas facturas que dan en los hospitales públicos después de un tiempo internado (una gran idea, sea de quien sea), en la que reflejan el gasto que ha hecho el sistema para recuperarte o, en el caso de mi amigo, para mantenerte un tiempo más con vida. Esas cifras eran astronómicas, sueldos de medio año por un par de semanas de tratamientos carísimos, noches de UCI y habitaciones pulcras y cuidadas en las que cabía tanto amor como desesperanza.
Con él y de él aprendí un montón de cosas, pero una muy importante fue darme cuenta que todo lo que yo estaba aportando a eso que llamamos sistema, no era en realidad para mí, si no para gente como él, que dependía directamente de un sistema al que él apenas aportaba (en términos económicos, quiero decir) y del que no solo le suponía un sustento, sino una forma visceral y horrible de mantenerse con vida. Oigo a mi alrededor frases como que lo que pagamos de seguridad social (soy autónomo, por eso hablo de ese pago en primera persona) no dará para mantenernos cuando seamos viejos. Que sería mejor ir metiendo poquito a poco dinero en un plan privado de pensiones, más seguro, más fiable, mejor inversión. MIERDA, pienso para mí; lo que estamos pagando ahora no es para nosotros, es para mantener a nuestros padres, a nuestros abuelos, a toda esa gente que como mi amigo Piqui lo necesita. Lo necesita hoy, ahora. Muchas veces esa necesidad es a vida o muerte. No es una inversión a futuro, es un enorme esfuerzo presente, un maravilloso acto de solidaridad y confianza en esto que somos y nos hace humanos.
Supongo que si has llegado hasta aquí tendrás esa horrible palabra rondándote la cabeza. «Ya estamos con la demagogia». Nada más lejos de mi intención.
Dices: «Si dejas a la gente libre va a haber gente que destaque y se haga rica y gente que no destaque y sea pobre.». Totalmente de acuerdo. Me fascinó leer a Borges cuando decía aquello de que en algún momento mereceremos que no nos gobiernen. Pero mientras tanto, ya que nos juntamos de una u otra forma (padres en el Ampa de un pequeño colegio, vecinos en el ayuntamiento de un pueblo, ministros en torno al gobierno de una nación), ¿qué sentido tiene hacerlo si no es para defender, o ayudar, o velar por (llámalo como quieras) el que está jodido? Si no es para eso, qué demonios, a tomar por culo todo, que cada uno vele por sus fueros, que cada cual se busque un amigo y un sponsor para tirar pa’lante. Creo que esta es la naturaleza real del hombre, ese hombre animal que todos llevamos dentro. Lo creo de veras. Pero en algún momento mágico encontramos la forma de organizarnos, una forma inexacta y fallida, pero una forma, en fin, que nos permite crear algo juntos que está por encima de nuestras individualidades. Me da igual el concepto de derecha o izquierda, no he votado nunca y dudo que a los cuarenta y pocos vaya a empezar, pero solo sé que esa forma de la que hablo tiene un sentido primordial: la protección del indefenso.
Obvio que gobernar una nación es más complejo que gestionar un asilo social, pero creo que ambos deben coincidir en ese sentido que decía antes. Deben coincidir porque la razón fundamental de que existan ambas organizaciones es exactamente la misma. Deben coincidir porque ambos nacen de la necesidad del ser humano de ser juntos «algo más», de olvidarnos por un momento que vivimos y morimos solos, de que si alguien a nuestro lado está en el suelo, el sentido de toda una absurda vida pueda estar en extender el brazo y levantarlo.
He divagado. Lo temía cuando me he puesto a escribir y he empezado hablando de mi enorme amigo muerto. Pero te leo a menudo, me gustas casi siempre, estoy de acuerdo contigo a veces, pero hoy te leí y pensé que estabas equivocado. Nada importante, como ves, ya somos dos y ni siquiera originales o únicos.
Un abrazo
JPM