
En el reparto de esta película está el elenco de soñadores nómadas al completo. Aquí están, los artistas y los escritores, los jinetes y los viajeros, los dandis jugadores y los magos. “¡Vamos!”, dicen.
En el filo de esa promesa de encuentros novelescos, cada uno despluma a su manera la forma del arbusto de los nuevos deseos; la lata del Ábrete Sésamo destapa los descubrimientos tanto tiempo esperados. Con una vara en la mano dicen: “¡Seguid caminando!”.
A lo largo de los peldaños de un cruce protegido, se unen al camino los sonidos aleatorios y las direcciones giratorias, con una sobredosis de vida. Así calmados, dicen: “¡Seguid caminando!”.
Patas arriba, los emblemas de la ciudad de la luz resuenan en el momento clave hecho ingrávido. Así, conmovidos, dicen: “¡Seguid caminando!”.
En las lámparas de acetileno encendidas, se detienen los restos de cien interludios felices en un mosaico frío y en las botellas como jaulas cristalinas. Así descuidados, dicen “¡Seguid caminando!”.
La ciudad es una fotografía. El ojo del artista encuentra la línea, el color y la inspiración y lleva su arte a la calle. Así deslumbrados, dicen: “¡Seguid caminando!”.
Después de todo, el caminante no deja de ser un recolector. Todas estas imágenes y canciones son un homenaje a la memoria de destellos pasados. Y así, satisfechos, dicen: “¡Seguid caminando!”.
(Este texto es una adaptación de otro texto en inglés que encontré a lo largo de la exposición Wanderland, de Hermés, en la Saatchi Gallery de Londres. Debido a su evidente referencia parisina, decido colgarlo como homenaje a quien corresponda. El texto original, por lo tanto, no es mío, aunque me encantaría que lo fuera. Pasear París es una forma de arte.)