No hay nada que respete más que el sacrificio autoinflingido. No hay nada más admirable que retirarse a destiempo, no hay mayor dignidad que poner el punto y final cuando solo parecía una pausa dramática.
No hay nada mejor que un cadáver joven, como el de Marisol, cuyo cadáver sigue vivo y cantando “Corre, corre, caballito” con los ojos más azules y el pelo mas rubio de la memoria colectiva, aunque ya no se llame Marisol sino Pepa y ya no pinte tómbolas sino canas. Jesús no pinta canas, ni cañas, pero sabe que hay que agarrar por el pescuezo al destino y cortar las riendas a ese caballo cuando notes que se desboca y que ya no lo controlas. Y eso pasa cuando pasa, va más allá de la edad que marca la sangre y sus murmullos.
“No se puede escribir con rencor”, me decía hace poco. Le contesté que se equivocaba, que solo se puede escribir desde el rencor. Precisamente para eso escribimos, para saldar cuentas con nosotros mismos y con las que se fueron sin pagarlas. Escribir es construir un mausoleo a tu dolor, es hacerse el Taj Mahal para pasar un rato cada día. Aún así creo que sé por donde iba y le doy la razón. Algunos tenemos más life que style.
Cuando lo lei por primera vez, él tenía más style que life, pero ya era una referencia. Luego se fue a GQ. Ahora el blog termina, toca recuperar la ilusión, me temo. Los personajes no envejecen, pero nosotros sí y ya estamos viejos y cansados. Yo le entiendo, la decadencia debe ser altiva y corta, nunca una larga agonía con maquillaje que tape las arrugas. También he pensado en suicidar mi personaje un millón de veces, pero no tengo ni los huevos ni los motivos. A Jesús le sobran un par de cada cosa y lo vuelve a demostrar hoy cerrando la puerta por fuera, con guantes de cuero y bolsa de viaje.
Me consta que gracias a una de sus columnas mucha gente conoció a Magnífico Margarito y yo se lo tengo que agradecer, algún día será el día. Una vez le dejé pagada una botella de Caol Ila por si venía. Nunca se presentó a reclamarla. Nunca tuve la esperanza de que lo hiciera. Pero esto es lo que hacemos los hombres de bien ante la mirada descreída de mujeres que entienden demasiado y de barmen que entienden demasiado poco, sonriendo desde las antípodas. Cuando quieras te lo digo a la cara, Jesús, que me debes una botella de fino y media de mojama en La Venencia. Allí planearemos tu regreso. Todos sabemos que, en tu caso, el punto y final solo tiene sentido cuando se convierta en punto y coma.