El amor ajeno es una cosa un poco ridícula. Yo ya sé que desde dentro cada amor es un terremoto lleno de significantes, con mucho pasado y con mitología propia, con chistes privados y fotos de Londres, pero desde fuera, todo amor es un amor estándar, un amor así como de gastrobar, pelín asequible, pelín pretencioso, un amor cómodo, un amor como entre funcionarios, de esos de Netflix y sushi, de los que alcanzan su cénit el sábado por la mañana en Carrefour, ambos en chándal, con gorra de baseball, gafas de sol y tal.

La vida en pareja es un coñazo. Qué demonios, la vida es un coñazo. No nos cansamos de buscar la felicidad y así no hay quien viva, porque la buscáis donde no está. La verdadera felicidad solo consiste en cometer errores en cadena, pero errores de verdad, errores sin vuelta atrás, no errores como lo del Netflix y el sushi, no errores como lo de joderse el sábado en Carrefour y la extra en el Ryanair y la vida con la tarada que duerme a tu derecha.

Yo solo tengo un consejo que darte para curar tu depresión: deja a tu pareja y tu curro, todo el mismo día, todo a la vez, allánate en el juicio, di que sí a todo, líate la manta a la cabeza, vete a Londres en business, escucha sin parar “A letter to Elise” de The Cure y aprende lo que es el amor de verdad, el amor musical, el amor que te hace llorar de alegría y no de pena, el amor que te hace sonreír cuando bebes más de la cuenta, el amor sin significantes, ni mitología, ni viajes con jamón envasado al vacío que te sirva de coartada para decir a los colegas que la comida de Londres es una mierda.

La comida en Londres no es una mierda, eres tú que no tienes pasta. La religión no es una mierda, solo que la fe es un don que no todos tienen, así que resumiendo, mas pasta, mas fe y menos Netflix, que luego los amores perfectos acaban y lo vas a ver desde fuera y te vas a venir a mi bando y me vas a entender y vas a darme la razón en que era todo un poco ridículo, lo del chándal y lo del rollo gastrobar, lo de ahorrar para la boda de su prima y lo de viajar en Ryanair porque da igual. No, no da igual y lo de besarte el pulgar al santiguarte tampoco da igual.

La vida es lo que pasa entre Alain Ducasse del Dorchester y la iglesia de la Inmaculada Concepción de Mayfair. Y luego, por la noche, hacerlo todo fatal enamorándose de nuevo una vez tras otra de quien más se lo merezca como modo de castigar a quien no se lo merece, que es la única que importa, y viajar en taxi de un bar a otro mandando mensajes de amor que escandalicen a los amantes de la nueva política mientras nos fundimos todo lo que nos quede en el peor champán que haya en el minibar.

O eso o la nada.

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