(Esta columna fue publicada originalmente el 6 de noviembre de 2018 en El Norte de Castilla).
De entre los refinados y sutilísimos discursos del domingo en Alsasua, me llamó especialmente la atención el de un alevín con aspecto ilustrado que invitaba a los presentes a volverse de inmediato a la “puta (sic) meseta”. A su lado, otro mozo -también de afrancesados modales- portaba un pendón de Castilla sobre una estrella roja -qué manía con las estrellitas rojas-, y digo yo que podrían haber empezado por enviar a la meseta a este y no a Rivera (Barcelona) o a Abascal (Amurrio), que de mesetarios tienen lo que ellos de sofistas.
No son de la meseta, no, pero están en su tierra, porque son españoles, al menos en la misma medida que lo son los dandis alsasuarros que les increpaban o las finísimas bailarinas que con levedad ingrávida los amenazaban con “ahogarlos en la sangre de sus abortos (sic)”. Ni Degas fue jamás capaz de soñar tanta delicadeza y elegancia en un solo movimiento de pancarta. Decía que no, no son de la meseta Rivera ni Abascal, pero eso es lo de menos, porque los angelicales coros navarros, esos querubines rafaelescos, habían ya dejado claro su sistema de creencias y su modo de ver las cosas a través de sus sesudos análisis musicados.
Verbigracia: ellos no son España, porque España es el mal en sí, el germen del oscurantismo del pasado, del subdesarrollo, de un tipo concreto de catolicismo -esto se lo he leído hasta a Pla-, de las tierras secas y de todo aquello que se contraponga a su autoimagen delirante de libertad, fraternidad, clorofila y sidrería. Y Castilla -la meseta- es España a garrotazos. Por ello, cuando los independentistas de cualquier parte de España construyen su identidad lo hacen siempre negando a Castilla. Afirmarse negando es paradójico y sería gracioso sino fuera tétrico. En su imaginario, ellos son lo que son porque no son como Castilla, son diferentes porque no son como los castellanos, son mejores porque no hacen las cosas como en Castilla. Emergen como pueblo, como nación o como fábula siempre negando a Castilla, es decir, solo se construyen destruyendo. Y eso no se puede. Solo sabiendo lo que eres puedes saber lo que no eres y por qué. No es válida la simpleza de Castilla como chivo expiatorio a través de cuya muerte todo Israel quedará purificado.
A ver, adonis- o debería decir Andonis-: Castilla es el reino más importante de los reinos cristianos de la península que formaron esa proto nación española de la cual Navarra es pieza capital. Castilla ha logrado hacer universales su cultura, lengua y concepto del hombre. Castilla es indudablemente preeminente desde un punto de vista de relevancia, pero no debemos olvidar que su generosidad también ha sido máxima. Están insultando a una tierra que ha derramado sangre para que hoy ellos puedan ser libres de decir chorradas. Están insultado esfuerzos que jamás comprenderían, sacrificios históricos de una tierra que junto a la suya se diluye para formar el sueño de España, algo superior a la suma de sus partes.
A mi me parece que todos están en su derecho -faltaría más- de reinvindicar sus pretensiones en Alsasua, en Reus o en el mismísimo centro del imperio -San Pablo- si fuera necesario. Todos, no solo los nuestros. Yo nunca he sido de los nuestros y espero no serlo nunca, así que soy libre para decir que empiezo a hartarme de ver España como ese duelo a garrotazos de Goya en el que siempre salimos perdiendo los mismos, es decir, Castilla, que a todos les importa muy poquito. Apenas somos un arma arrojadiza en la boca de esta turba de mediocres y no soporto escuchar el nombre de mi tierra entre el vulgar sonido de este patio de guardería oscura en la que están convirtiendo el sueño de nuestros antepasados.