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El domingo me enteraba a través de Fernández Vara que la violencia de género es un eufemismo, ya que (sic) “las mujeres mueren, las mujeres lloran, las mujeres gritan y los hombres matan. Matan los hombres de todas las edades, estratos sociales, de todas las procedencias y de todas las profesiones”. Ya se sabe: los hombres no gritan, los hombres no mueren, los chicos no lloran. Los hombres matamos. Yo querría decir a Fernández Vara, y de paso a todo el lobby de género, que yo no mato. No sé muy bien con qué gente se codeará el presidente extremeño, pero le puedo asegurar que ni yo ni la inmensa mayoría de hombres matamos. Matan los asesinos y las asesinas, como por ejemplo la de ayer en Alcorcón, que según todo parece apuntar, sería una mujer. Si él tiene alguna sospecha de que alguna persona puede matar, le animo a que acuda a la comisaría más cercana e interponga la correspondiente denuncia. Y si no la tiene, haría bien en no jugar con el polvorín porque en este tema es peligroso el aspersor del maniqueísmo sin TEDAX cerca.

Detrás de estas palabras irresponsables se esconde algo terrible: gracias a declaracions como esas, se crea un estado prácticamente prebélico en el que se criminaliza al hombre por el mero hecho de serlo. Están ayudando a crear un estado de neurosis colectiva en el que el hombre ocupa el lugar simbólico de lo malvado, lo violento, lo déspota y lo potencialmente agresor, frente a su némesis, la mujer angelical, buena, trabajadora, humillada y potencialmente agredida.

Es evidente que todos estamos contra la violencia hacia la mujer; es evidente también que todos estamos contra la violencia hacia el hombre. Es evidente que hay que incrementar la seguridad para poner freno a todo tipo de maltrato, no solo hacia las mujeres sino también hacia los hombres, como por ejemplo hacia aquellos separados brutal e injustamente de sus hijos en procesos de divorcio, que como maltrato psicológico no tiene parangón. Pero no es menos evidente que salir a la calle con este tipo de mensajes que criminalizan al hombre en general y no a la persona violenta en concreto, no es ni mucho menos la solución. Yo me siento atacado y empiezo a estar cansado de callar, porque el que calla otorga y yo otorgo nada a Fernández Vara, ni por acción ni por omisión.

Mi hija, de ocho años, me preguntaba el jueves el motivo por el cual se habla tan mal de los hombres cuando todos los que ella conoce son buenos. También hizo una mención al sexismo de todas las canciones y cuentos infantiles, donde es la madre la que cuida cuando su realidad es muy diferente y desde siempre ha visto un reparto de responsabilidades, como en la gran mayoría de familias jóvenes. Ella cree que los hombres estamos socialmente mal tratados y las consignas de Fernández Vara ayudan mucho a ello. Gracias a Dios llega por detrás una generación que no necesita vejar a los hombres para proteger a las mujeres. Ninguna ideología que te haga sentir una víctima es buena, se trata justo de lo contrario. Mi hija no es una víctima por el hecho de haber nacido mujer y me niego profundamente a que los delirios marxistas lleguen al cerebro de niñas libres que crecen en igualdad.

Todas las organizaciones que trabajan para que unas se sientan víctimas y otros culpables tienen un único fin: poder dirigir las voluntades de aquellas que se dejen y, por ello, el único feminismo que tiene cabida es el que no divida al mundo en bandos. Por ello, aquí el discurso feminista no es el de Fernández Vara. Algún día se enterarán de que no hay discurso más feminista que el de los padres que nos partimos la cara cada día para formar niñas libres, ganadoras y sin pancartas.

(Esta columna fue publicada originalmente el 27 de noviembre de 2018 en El Norte de Castilla)

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