La verdadera utilidad de tu producto se comprende cuando surge uno sustitutivo y se hace patente qué necesidad cubrías en realidad, más allá de los delirios recogidos en ese powerpoint llamado ‘plan_de_marketing_final_def_3’, un gran exponente, por cierto, de la literatura fantástica. Así, hemos venido fantaseando durante décadas con que los compradores de libros eran personas ávidas de conocimiento, hasta que llegó Netflix y descubrimos que la gente solo quería ahogar su tedio en un pasatiempo que les hiciera engancharse a algo más que al Prozac. Y dejaron de comprar libros para hacer maratones de series.
Sucede lo mismo con la prensa. Pensamos durante años que el público deseaba información al ver las colas en los kioscos de las estaciones de trenes. Pensamos que lo que queríamos era aprovechar el trayecto hacia Madrid para que los más sesudos análisis y las columnas más brillantes les ayudaran a descifrar la realidad. Hasta que llegaron los móviles y nos percatamos que el periódico era en realidad una manera de no aburrirse entre estación y estación y no mirar al de al lado. Y dejaron de comprar prensa para leer facebook, whatsapp, instagram, twitter. No eran los sesudos análisis. Tampoco los brillantes columnistas. Era el tedio, de nuevo. La ansiedad de las manos vacías.
Cuando observas el siguiente amante de un antiguo amor no puedes evitar escudriñarlo para encontrarte, para descifrar qué hay de ti en él o de él en ti, intentando encontrar un patrón, un modelo, una respuesta distinta a una idéntica necesidad; para entenderte, para conocerte desde el espejo cóncavo, para averiguar qué producto eras en realidad, más allá de tu visión de ti mismo, más allá de tu propaganda en forma de feromona y de los versos más tristes de aquellas noches con cuñas como cuchillas.
Cuando los votantes abandonen a Albert, los analistas de Villegas (posible oxímoron) descubrirán qué papel tenía realmente el de la Barceloneta en el imaginario, cual era el significante más allá del significado, que melodía resonaba en el córtex, más allá del blues de la bisagra y de los mariachis disfrazados de consultores junior por las cuatro torres, sobreactuando estrés y traje de Scalpers en el afterwork del jueves y tirando de El Ganso para la paz del roof en el brunch del domingo. Léase: un cuarto de facherío gritón de taberna, un cuarto de pijas monillas que votaban como quien va a ‘La Máquina’, en Jorge Juan, a medio camino entre coaching y el manual de autoayuda y un cuarto de pedantería anticatólica con tattoo de Pinker y acento catalán.
La culpa de todo la tiene Rivera, claro. Ahora pide reuniones a gritos a Sánchez cuando ha pasado tres meses sin presentarse a las citas en Moncloa. Ahora canta corridos mexicanos a ‘La Banda de Pedro’. Ahora pide parte de ese ‘botín’ contra el que ha cantado sus boleros más sobreactuados, ustedes le han oído. Y solo queda la coda, cuando la noche del 10N entienda lo que ha sido en realidad, la necesidad que realmente cubría, el producto sustitutivo mostrándole el único cuarto que valía la pena: el de la socialdemocracia light, ordenada, bien gestionada, regeneradora, antinacionalista y antiaging. Es probable que el “Con Rivera no” se oiga entonces, pero en su propia sede. Un señor con cara de tory le cantará la verdad con acordes de José Alfredo: “Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar. Después me dijo un arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
Ojalá Garicano.