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Como un poeta troyano, como una revelación caída del mismo cielo, como un estibador tras intentar demoler el callejón sin salida, entendí entonces que debía abandonar de una vez y para siempre la idea del hombre tranquilo, del padre de familia, la placida vida del tipo de varón que fue joven en los setenta. Se acabaron las tardes de lectura y caza, se acabó la idea de madrugar para pescar truchas, nadie encenderá el fuego para contar cuentos a los pequeños. No quedan ya mujeres sonrientes, de grandes ojos y miradas cómplices. No hay campos con nieve, no hay pequeños ni habrá un futuro al que servir de nostalgia. Por no haber, no hay ya truchas en los ríos. Hemos partido y no nos hemos enterado.

La sensación de fracaso no se va nunca. La frustración te acompaña siempre, como el olor a tabaco del casino; te acompaña a los eventos, te hace señales al recibir premios, te sacude cuando te saludan desconocidos por la calle, se mete contigo a la ducha, te arropa en la cama, te recita poemas de Ángel González. No la notas, pero está; no a tu lado, no detrás de ti, no delante. Está dentro, invariablemente dentro. Llora cuando tú lloras, sonríe cuando sonríes, se ríe del recepcionista y se duerme cuando te pones intenso.

Visto lo visto, ya no tiene sentido seguir colgando de la ventana, aferrado a ese alfeizar, soportando heroicamente el absurdo de batir el record del mundo sin espectadores ni records previos. Había que librarse de esa estúpida idea para siempre y seguir abrazando la cara b, la realidad quirúrgica, la vida del hombre solitario entre la muchedumbre, del éxito privado, del que triunfa en secreto, de la leyenda del que se niega cada día tres veces, del que desea salir por la noche de la misma soledad que la mañana siguiente buscará de modo compulsivo. En realidad, toda pulsión es de muerte.

Las cartas están marcadas, vienen de serie y te han tirado cuatro reyes a la cara: decepcionar a todos como única manera de resultar creíble, ser molesto para ser libre, no perderse en el elogio, huir de la escritura creativa, del mundo literario, del premio local, de la búsqueda de la autenticidad y trabajar el prestigio propio, que es el único desprestigio que importa. El callejón -ya avisé- no tiene salida y sin artificieros al lado, nos sentaremos al fondo, libres, libres como poetas troyanos.

 

 

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