punk

De tanto oír a los bobos, corremos el riesgo de normalizarlos. «Si quieres vivir de ellos, debes vivir para ellos. Pero entonces, mi querido amigo, habrás muerto», decía Unamuno. Si quieres vivir en sociedad, debes adquirir la doble pericia de escuchar internamente al profeta Baruc cuando te hablen de ‘satisfiers’ y que, mientras tanto, tus labios opinen en modo automático del alumbrado navideño, que es la nueva competición por ver quién es más hortera, un nuevo Grand Prix de Ramón García, cambiando vatios por vaquillas. Es mi truco para vivir en esta distopía sanchista, verme a mí mismo a la vez como José Luis Moreno y como Monchito; que uno hable para que yo calle y que el otro calle para que yo duerma.

Funciona, pero tiene el riesgo del aislamiento preventivo, la inmersión total en los diarios de Léon Bloy como vía de purificar un corazón encogido por la sobreexposición a nuestras mentes más discretas repitiendo vacuidades y lugares comunes, como papagayos posmodernos que subtitulan la Verdad al idioma de su dogma. Hoy nos llega Greta, clamando en las aguas como Jonás antes de lo de la ballena, que supongo que es metáfora del útero de la madre Gaia. El calentamiento global casi la mata de frío y la culpa es del Falcon de Narciso Sánchez, este Chicho Terremoto de Tetuán, esta cumbre del pensamiento occidental, este Adenauer distante y frío como el corazón de un niño sueco. Nosotros enviamos a Elcano en la nao Victoria y la historia nos devuelve a unos pijos en catamarán. Y Chicho Genuflexo, dándoles un paseo en las barcas del Retiro contándoles cuando le echaron del partido. El estanque, convertido en Lago Ness, congelándose a su paso.

Es urgente adoptar una pose de rebeldía dandi ante la vulgaridad y el vacío de una sociedad infantilizada que piensa que ser feliz es un derecho, que vivir bien es la estación de salida y no la de destino; una sociedad enferma que quiere blindar derechos sin haber generado antes los recursos. Vivir bien no es normal, sino algo muy raro y, por si no os lo han contado vuestros padres, queridos niños, es algo que hay que ganarse día a día durante toda la vida; conviene trabajar entre batucada y batucada. Vivir bien es la consecuencia de haber producido mucho valor, es decir, de haber prestado un servicio al resto, y no el resto a ti vía subsidio. El único progreso es el económico y el resto son su consecuencia.

Lo realmente transgresor en esta España de succionadores de clítoris es apretarse un cocido y media botella de vino, bendecir la mesa, elevar a categoría de arte la apnea de las cuatro. Lo raro en estos tiempos extraños es cantar villancicos en familia, poner el nacimiento, llevar los tobillos tapados y pelo en los parietales. Comienza a resultar escandaloso no haber subrogado nunca un útero, es impensable preferir la sombra de un chopo al calor enfermizo del sudeste asiático. Imperdonable optar por la bodega de tu pueblo antes que por el crucero de Bon Jovi. Empieza a ser polémico no llevar tatuajes en el cuello, la heterosexualidad indubitada, la enseñanza concertada. Es fascista ir de la ducha a la habitación galleando por chicuelinas, con una toalla que sueñe con Justo Algaba. Lo ‘cool’ será cenar sopa por principios, irse a la cama a las diez, encender la radio. Lo subversivo, ser un ‘cedeerre’ mesetario que defienda a Chema Nieto y su premio Mingote del olor a fuet del fascismo payés. Lo revolucionario ya es quedarse en casa. Lo punkie, ser un hombre normal.

(Esta columna fue publicada originalmente el 3 de diciembre de 2019 en El Norte de Castilla. Click aquí)