nieto

El día que lo conocí, venía de bañarse en el Pisuerga, de donde salió como Daryl Hannah pero hablando murciano. A decir verdad, el síndrome del acento murciano le duró poco, pero fue tan intenso como inesperado y aún no me lo he podido explicar. Cualquiera habría pensado que si te sumerges en el Pisuerga, podrías salir con el tono de Umbral en ‘Balada de gamberros’, con el rictus de Delibes o con cierto deje Habsburgo, pero no: del Pisuerga, Nieto sale hablando murciano. Ahora que lo pienso, aquello fue un bautismo metafórico en el Jordán, una ablución sagrada en el Ganges. El milagro de la xenoglosia hizo el resto, como el Espíritu Santo con los apóstoles en Pentecostés. Todo en Jesús Nieto Jurado (Málaga 1985; Madrid 1999; Valladolid 2008) es así, entre la desgracia y el humor, entre lo inesperado y el milagro, entre el quiebro y la neurosis.

Ahora se habla mucho de su malditismo, del último bohemio, y tal, pero yo en Nieto veo fundamentalmente al Lazarillo de Tormes, a un gran pícaro más cerca de Rinconete y Cortadillo que de Bukowski y Kerouac. Nieto engaña a la vida porque la vida le ha engañado a él, y quizá es en esa huida donde aparece la famosa autoficción, que en el caso de Nieto llega a extremos radicales. No es que en su obra encontremos parte de su vida o que Jesús forje un pacto con el lector según el cual él acepta servirse en pequeñas porciones, columna tras columna, sino exactamente lo contrario: su vida es su obra, él escribe mientras vive y no se ve limitado por el hecho de tener que ponerlo negro sobre blanco. La obra sucede mientras se produce y te la cuenta a ti, que estás viviendo la acción desde el escenario como espectador y protagonista a la vez, como una especie de Stanislavski experimental que viera solo degradación y vulgaridad en el proceso de traslado al papel.

Jesús no necesita escribir porque, en realidad, él escribe todo el tiempo, por ello no verás encenderse el pilotito rojo que te haga saber que estás dentro y que empieza su gran obra ni tampoco lo verás apagarse para darte una tregua, porque Nieto se inventa la vida delante de tus narices y te la cuenta como un alquimista que transmuta la realidad en arte. Los hechos no suponen para él un límite, él no se siente interpelado por los márgenes porque en realidad pone una bomba cada día en esos márgenes, inventando el personaje y cambiando de máscara cada media hora hasta que, eventualmente, saca la suya, que es la que menos te esperabas. Yo he oído ya diez versiones de su infancia, media docena de lugares de nacimiento, no menos de veinte ocupaciones previas al columnismo e incluso me ha contado en primera persona anécdotas que en realidad me habían ocurrido a mi. El muy cabrón te imita, te cuenta a ti mismo, ensaya con tu propia máscara delante de tus narices, se convierte en un sosias especular y llega un momento en el que no sabes donde acaba él y dónde empiezas tú, donde empieza el personaje y donde acaba el sueño.

Todo con Jesús es un acontecimiento, un pequeño desastre lleno de humanidad, un caos consecutivo sin orden, una subida a Abantos con el máximo desarrollo sin pequeños descansos en la ascensión, plato grande y piñón pequeño en la bajada hasta que revientes y, cuando eso llegue, a otra cosa. Y exactamente eso es su ‘Altillo’ (Ediciones Chiado), esa obra recién parida que mezcla verdad y mentira, vida y fábula y que inaugura un género quiero bautizar como ‘politoxicomanía narrativa’. No descarto que también sea mentira y en realidad sea una dosis de metadona a través de la cual Nieto me esté contando mi vida y cobrándome por ello. Desde luego, esa idea es muy suya, y es que Nieto escribe porque no tiene más remedio, pero, en realidad, hace mucho que está jugado a otras cosas delante de nuestras narices. Solo le queda escribir un evangelio y predicarlo en primera persona, como el Mesías de El Palo, el Maestro de Gaztambide o ese ungido por el arte que busca cada noche apóstoles que le sigan el juego sin bajar ni un momento el nivel ni esconder el estoque tras el engaño. Yo me ofrezco a seguir intentando mantener la cadencia de la gran farsa un tiempo más. Tengo curiosidad por saber a dónde nos lleva.

(Esta columna fue publicada originalmente el 9 de diciembre de 2019 en El Norte de Castilla. Click aquí)