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Foto: Henar Sastre

Siempre que hay que pedir un deseo, pido el mismo. Me refiero a esas ocasiones en las que tu tía aparece con un lazo rojo, te dice que te pongas a la pata coja, que metas un anillo de oro dentro de la copa de champán y que escribas tus deseos en un papel y lo quemes con incienso de sándalo de la mismísima Calcuta. Lo del deseo sirve para cuando tiras monedas en la Fontana di Trevi, para cuando estrenas algo o incluso para nochevieja. Me refiero a ese tipo de ocasiones. No incluyo lo de saltar hogueras porque no soy ningún faquir y ese tema de saltar fuegos no lo trabajo, llámenme extraño. Es más, me ofende el rollito mediterráneo de los cuatro elementos y el fuego purificador de las narices. Yo tengo de mediterráneo lo mismo que de gimnasta rítmica. En Castilla no somos mediterráneos, dejémonos ya de bobadas, que alguno canta lo de «quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa…» como si hubiera nacido en la Albufera. Pues no. Aquí ni mediterráneo, ni hogueras, ni petardos, ni ‘garrofó’ en las paellas. Lo siento. Esto es otro rollo. Aquí no nos alimentamos para pasar el día. Nos alimentamos para conquistar continentes. (Clic aquí para leer el articulo íntegro en El Norte de Castilla)

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 1 de julio de 2020).

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