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No saben ustedes las ganas que tenía de volver a esta columna, a la sagrada rutina, al café de una mañana de martes. Mejor oxidar días que veranos y, sobre todo, como dice mi padre, mucho mejor que te echen de menos a que te echen a secas. Estaba deseando volver para dar mi opinión acerca de esas pinturas rupestres en los suelos con las que el Ayuntamiento de Valladolid ha tenido a bien deleitarnos este verano.He de reconocer que en un primer momento no tenía una opinión formada, no sabía si ponerme a favor o en contra y tras meditarlo muchísimo concluí que me daba exactamente igual, que por mí pueden pintar un Banksy en el Campo Grande o poner una escultura de Chillida en el Cerro San Cristóbal. Uno no tiene por qué tener un criterio acerca de todo y tengo otras cosas en que pensar. Pero la cosa ha evolucionado y he cambiado de opinión. Han dejado el centro como si fuera el paseo marítimo de Denia el día después de un concierto de ‘Cantajuegos’, como si hubiera pasado un ejército de niños con tizas de colores y después hubiera llovido un aceite como de Seat Ibiza, del primer modelo, el del 84. Es una cosa horrorosa, como si el calor hubiera derretido de repente a los teletubbies, como si en lugar de los ‘Austrias Mayores’ hubieran caminado nuestras calles una convención de peñas en un chúndara de colorines, un invierno artístico, un atentado a nuestros estándares éticos y estéticos, una bomba lapa para nuestros sentidos, una afectación preescolar y chapucera.

Menéndez Pelayo es hoy un homenaje a Buñol después de una tomatina color mostaza, un color Bilbao antes del Guggenheim, una especie de amarillo grisáceo y sucio de matices imposibles que realmente no es nada fácil de sacar. Tiene hasta mérito. Estoy pensando que quizá sea una obra de una corriente que no logramos comprender, un feísmo punkie y contemporáneo. No sé, pero de verdad, no es que la idea sea desacertada, que lo es. No es que sea feo, cursi y de una afectación insoportable. No es que sea una idea fuera de lugar, como si Valladolid fuera escenario para la copa del mundo de tiktoks. Es, por encima de todo, una chapuza de tal calibre que ya solo pienso con qué excusa van a recular.

Podría haber sido peor. Ahora que la ciudad es un gigantesco carril bici, podrían haber llenado los suelos de esas típicas frases de ánimo a los ciclistas, como en el Tour, frases de ‘Ánimo Óscar’, ‘Fuerza Manolo, ‘No pares, Ana’ o pensamientos intensitos en el suelo, esas frases como de adolescente lobotomizado que puso Carmena en Madrid, frases como ‘no sabía qué ponerme y me puse contenta’ o ‘todo el progreso que hay en ti’, porque al final creo que todo va de eso, de ver quién plantea la cursilería más progre, quién propone un modelo de ciudad con más pijadas.Para que aquí todos nos hagamos ciclistas quitaremos las heladas de enero, suspenderemos las nieblas en todo el valle, prohibiremos las cencelladas y también las lluvias de abril. Quedan cancelados los cuarenta grados de julio y las cuestas de Parquesol y así seremos todos un poquito más holandeses, más guapos, más rubios y más ciclistas. Dice el gerente de AUVASA que el que se mete en un atasco es porque quiere y dice Celáa que mejor llevemos a los niños al colegio en bici. Yo había pensando llevar a la mía a caballo, como si fuera el príncipe Baltasar Carlos pintado por Velázquez. Y me pondré el maillot de la montaña para ir a por fruta. Solo espero que los próximos presupuestos participativos contemplen la opción de quitar esas pinturas y poner en su lugar un millón de tulipanes. O una estatua de Induráin. Ya que estamos.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 1 de septiembre de 2020. Disponible haciendo clic aquí).

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