Me pides que te enseñe a escribir y te digo que te fijes en las manos del señor de la farmacia, en la pena que oculta con sus gafas de sol, en por qué a sus manos les está saliendo coraza como a una tortuga. Me pides que te enseñe a escribir y te digo que entiendas primero qué oculta el corazón de un hombre, a qué teme, hace cuánto que no le besan, qué pasó para que su casa ya no sea un hogar, cuánto echa de menos a su madre.
Me pides que te enseñe a escribir y te pido que no describas lo que ves sino lo que sientes al verlo. Me pides que te enseñe a escribir y te digo que antes te sientes en silencio a observar por qué esa mujer está sola, si tiene o no un anillo en el dedo, a quién espera cuando mira el móvil compulsivamente mientras empuja ese columpio. Me pides que te enseñe a escribir y te pido que te fijes en lo que mira cuando hace como que no mira nada. Me pides que te enseñe a escribir y te reto a que me digas con cuantas buenas personas nos hemos cruzado hoy, cómo crees que se llamaba el gato que tuvo esa anciana cuando era niña y en cuyo recuerdo alimenta ahora a todos los gatos de la plaza.
Me pides que te enseñe a escribir y te digo que solo hace falta vivir mucho y leer un poco. Me dices que se te va a dar fatal porque solo tienes once y no has leído aun muchos libros ni vivido muchas cosas. No tienes ni idea, chica, ya lo has vivido todo porque ya lo has sentido todo. Me dices que te enseñe a escribir y te digo que ya lo estás haciendo, que se escribe sobre todo cuando no se escribe: es en la fase feliz, en la fase oculta, cuando sucede todo. Y ahí permanecerá hasta que no pueda seguir oculto y salga en todas las direcciones, como un geiser.
Me pides que te enseñe a escribir y te digo que nadie puede enseñar a escribir a nadie. Si lo tienes dentro, acabará saliendo. Y si no lo tienes, da igual lo que te esfuerces porque no va a suceder. Yo no escribí una palabra hasta que no recogí la suficiente sombra, la suficiente fe, el suficiente miedo y el suficiente amor al mundo, a la vida, a mi sangre. Tú vive, muchacha; ya estas escribiendo, aunque no lo sepas. Estás recorriendo la parte más difícil, estás sembrando un corazón y te vas a pasar la vida entera intentando volver a lo que hoy sientes, a esta infancia que se empieza a terminar. Ya estás escribiendo, niña buena y yo solo deseo que, pase lo que pase, nunca jamás dejes de hacerlo.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 23 de julio de 2021. Disponible haciendo clic aquí).
Es Ud. quizás lo único que puedo agradecerle a Twitter.
Cada pieza suya que leo, parece mejor que la anterior, y le aseguro que ya lo tenía difícil.
Es tan emocionante este escrito, ¡es tan revelador!
Me río cuando encuentro por ahí, talleres de «escritura creativa», como si fuera posible enseñar a sacarse el corazón, y en un mortero machacarlo hasta que sea oro, mezclándolo con lo visto y lo leído.