Decía Dalí que lo mínimo que hay que exigir a una escultura es que no se mueva. La máxima aplica también para toreros de Galapagar en plena tanda de ‘ayudados por alto’ y para ministros de universidades ayudados por bajo, con el hocico rozando el albero. A ciertas alturas, las estatuas se confunden con pedestales y entonces hasta los frisos se vuelven fascistas.

Lo mínimo que hay que exigir a un rapero es que queme billetes, lleve una pipa, cadenas de oro y cuatro mujeres a cada lado. El objetivo es precisamente escandalizar, mostrar una ausencia total de elegancia, de códigos, explicar que ha ganado la partida al sistema y convertirse en aspiracional atacando los instintos primarios: poder, sexo y dinero, el barrio frente al palacio, la calle contra los salones. Si andas sobrado de talento y metes todo lo anterior en un yate, puedes ser o un aristócrata en Menorca o un clip de C. Tangana. No cambia la eslora, solo la actitud. Los primeros posan para ‘Hola’ y los segundos para escandalizar a ‘Hola’, pero las diferencias se acaban ahí porque en ambos casos sufrirán la cólera de la izquierda tontita, que es una rama de la literatura fantástica, quizá la mejor. El círculo se cierra cuando, en los yates pijos, los chavales ponen a Tangana a todo volumen. Tangana ha ganado la partida de modo escandaloso. Lo que aún no sé es contra quien.

Se escandalizaban ayer los meapilas de la izquierda con su nuevo clip como se escandalizaban los meapilas de enfrente con el cartel de Zahara en el que se caracterizaba como la Virgen María, que es una provocación de primero de rock, tan manida que ya deja de hacer efecto por inocente. Luego bailan todos ‘Like a prayer’, donde Madonna besaba a un santo y se les pasa. La resaca vertebra España.

El arte es subversión y todo artista es un provocador, pero llama la atención que resulte tan sencillo. C. Tangana sabe perfectamente lo que hace y lo que persigue. No se disfraza de Cristo porque ya lo hizo y ahora toca disfrazarse de pijo. No puedo decir lo mismo de Zahara, que, si quiere escandalizar a alguien, lo mejor que podría hacer es votar a Vox y ver cómo sus amigos hacen el resto. Esos huevos, en Despeñaperros. Por su parte, todo en Tangana es una campaña continua, como Sánchez pero con la diferencia de que a Pucho no le aplauden con un fervor tan místico cuando llega de Bruselas. Y por eso resulta menos ridículo. Los punkies son los útimos dandies y el trap es el nuevo punk. Es lógico que estén solos y esa independencia -el rasgo más definitivo de aristocracia- los lleva al éxito. Antes los chavales tenían a mano una guitarra y se hacían flamencos. Ahora tienen un ordenador y una cámara, pero la idea es la misma: el arte lo hace el que sabe y lo entiende el que puede. Y el resto a escandalizarse, a llevarse las manos a la cabeza y a buscar el calorcillo del amor gregario. Pero el mundo no deja espacio para el disfraz colectivo y nunca hubo una asociación de dandies. Del yate de Tangana no nos moverán.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 16 de agosto de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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