
Londres siempre había sido un lugar al que huir, una isla mental en la que refugiarse si te dejaba la novia, si no encontrabas trabajo en tu pueblo o si eras un artista súper especial al que España no había sido capaz de comprender. Luego, la vida nos enseña que las causas casi nunca son externas y que, si en tu pueblo no te quieren, por lo general, en Londres te van a querer menos. Y que si España no entiende tu arte, lo más probable es que no lo tengas. Al final aceptas que la solución no pasa por Londres ni por nada por encima del paralelo 42, pero ya suele ser tarde, algo se ha roto por dentro y lo ha cambiado todo. Unos lo llaman dolor. Yo lo llamo estilo.
Londres no es solo el éxito de la City. Es, sobre todo, una ciudad de fracasados y para fracasados. Madrid recoge fracaso del resto de España, pero Londres recoge el fracaso de Madrid, es la Champions League del fracaso. Cada año, miles de jóvenes se integran en el sistema y los ves por Covent Garden como zombies pre-holocausto. Adiós al sueño del West End. Adiós al Ballet Nacional. Luego llegan los de reemplazo desde cualquier parte del mundo, con su arrogancia y su Lonely Planet. Londres los recibe con un aplauso, les alquila una habitación en zona 4 y los utiliza de camareros. Y lo de siempre: a trabajar, a joderse, a llorar un poco los sábados, a llorar mucho los domingos y a currar de nuevo los lunes, que en Gran Bretaña son igual de jodidos que en España, pero sin ningún lugar al que huir.
Ryanair huye de Belfast y el turismo español tirita. Seis ciudades turísticas españolas pierden la conexión y nos enteramos que, cuando Ryanair castiga al gobierno británico, la patada en el culo nos la dan a nosotros, que nos quedamos sin negocio que importar. Pero, sobre todo, sin paro que exportar. Londres no admite más fracaso y se queda sin camareros. Londres no admite más derrota y los derrotados son ellos, sus estanterías vacías, la cadena logística rota. Se plantean liberar a presos para tener trabajadores que les pongan el Big Mac o que rellenen la canela en el Starbucks. Uno suele darse cuenta del lugar que ocupaba cuando viene algo a sustituirlo. Por eso, si ves que tu ex está con un cretino, te recomiendo que te mires al espejo. Y si los españoles no pueden ir a fracasar a Londres y estos liberan a presos, quizá sea porque para ellos somos lo mismo, pero sin tatuajes en el acento.
Siempre he pensado que antes de la caída del Muro, el mal estaba localizado. Jugaba los juegos olímpicos bajo las siglas CCCP y los de este lado no sólo estábamos en la parte buena, sino que además sabíamos que lo estábamos. Eso llenaba todo de una sensación de orgullo, pero también de responsabilidad. Eres libre, no lo desaproveches. Hoy ha caído el muro, pero han levantado otro entre Devon y Calais y entre Belfast y el Mediterráneo. Hemos cambiado fracaso por presos, pasaportes por certificados Covid y sueños de libertad por ERTEs. No queda sitio al que huir. Por Dios, que no nos deje la novia.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 27 de agosto de 2021. Disponible haciendo clic aquí).