Recuerdo aquel episodio de ‘Lost’ en el que surge de la nada una cabeza nuclear en medio de la isla. Pensé entonces que, si un guionista coloca una cabeza nuclear en la trama, lo más probable es que tenga pensado hacerla explotar. Llámenme sabueso. La cosa es que la bomba explotó, aunque no recuerdo bien qué pasaba luego, tengo lagunas entre los 20 y los 30. 

De modo análogo, si un político tiene mucho interés en redactar una Ley de Pandemias, lo más probable es que antes o después haya una pandemia. El ser humano tiende a abusar del poder cuando lo tiene y el humano político no es que abuse, es que directamente se sienta a fumar un puro en la cúspide de este axioma. Dotemos a nuestros políticos de armas para restringir libertades en ‘pandemia’ y ya verán como, antes o después, cambia a la baja el criterio de lo que es una ‘pandemia’ para poder limitar o suspender nuestros derechos arbitraria y legalmente.

El PP sigue perdido en este asunto, que no ha llegado a comprender en ningún momento. Y lo que es peor: está logrando que Sánchez aparezca hoy por hoy como el único sensato al negarse a volver a las restricciones, mientras la mayoría de grupos parlamentarios y de comunidades autónomas siguen haciendo el ridículo proponiendo certificados y prohibiciones que después tumban los tribunales. El gobierno parece estar aprendiendo, pero en el PP nada, ni un rastro de luz. Y mientras dan palos de ciego sin sentido, Dinamarca anuncia que eliminará todas las restricciones a partir del 10 de septiembre. El Reino Unido hizo lo propio el 19 de julio y, desde entonces, la incidencia ha caído en picado. Hemos visto sus estadios a rebosar y no ha pasado nada, pero aquí debemos ser diferentes y seguimos con la superstición, negando la realidad y obligando a nuestros niños a volver al colegio con mascarillas-amuleto que les obstruyen las vías respiratorias durante todo el día para no contagiar al resto, sabiendo que la posibilidad de que un niño muera por Covid es la misma de que la caiga un rayo. O peor aún, quizá sea para no contagiar a los adultos, que ya estamos vacunados. ¿Para qué queríamos las vacunas si actuamos igual que sin ellas? Pobres niños.

Los datos están ahí. Con vacunas, la enfermedad está controlada, que no extinta porque eso es, hoy por hoy, imposible. El resto del mundo se prepara para convivir con el virus mientras España se prepara para pasarse el resto de la historia huyendo de la propia vida y, sobre todo, de las matemáticas, en un nuevo -y trágico- ‘¡vivan las caenas!’. Ya hace dos meses que la mascarilla dejó de ser obligatoria al aire libre y los números confirman que no hay correlación entre su uso y el número de contagios. Del gel hidroalcohólico ni hablamos. Y de la toma de temperatura, paso, que me da la risa. Estamos a media hora de poner a legislar a astrólogos. Y lo peor: creo que no se notarían las diferencias. El pueblo pide ‘caenas’ en la trama. Y no dudo que, si aparecen en escena, alguien las acabará usando.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 30 de agosto de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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