Vuelve Pedro, regresa la ilusión, repican las campanas que anuncian tormenta y catequesis progre. Podríamos llamarlo así, ‘Pedro Sánchez: El retorno’, como aquel directo de Calamaro de 2005 en el Palacio de los Deportes del que, por cierto, aún me estoy recuperando. Es un retorno galáctico, pero sin el Jedi, es decir, sin Iglesias, que ahora, según nos cuenta, no solo es un ‘caballero Jedi’ -es decir, un ‘friqui’- sino también un periodista crítico -es decir, de izquierdas-. Nada nuevo bajo el sol de septiembre.

Vuelve Pedro, digo, con su moreno perfecto, perfectamente estudiado, ni mucho ni poco, que hasta me he tomado la molestia de coger la pantonera para contrastar que, sí, que se trata de un Pantone 7614 o ‘Moreno Sánchez’, que yo ya me estaba imaginando a Begoña cada mañana en La Mareta controlando el tono para que no se excediera, que una cosa es relajarse y ponerse las alpargatas con traje y otra muy diferente rendirse al hedonismo, no vayamos a confundirnos con una tonalidad pijo de Marbella, que es un moreno más facha y mucho menos resiliente o, peor aún, con un moreno cubano de Miami, totalmente neoliberal y algo trumpista.

Vuelve Pedro, insisto, con su Pantone sociata, vestido de azul marino y sangre de toro, con ese aire de cura enrollado que llena la iglesia de jóvenes con su pastoral de guitarrita y su estética postconciliar, una cosa como de misa con powerpoint, kumbayá y manos unidas por el progreso y la reforma. Porque si algo me quedó claro es eso: que él es la reforma y la derecha la contrarreforma; Él es el ‘pasito palante’ y la derecha es Trento, el pasito ‘patrás’. Hay que reconocerle cierta pericia para colocar esos mensajes. En lugar de entender la historia como manda el canon marxista, representando su opción la renovación dialéctica frente al inmovilismo previo, él cambia el esquema para que el sanchismo sea lo primero y la derecha su antítesis, la reacción, la negación de la tesis. El caos. 

Y luego lo de siempre: triunfalismo rozando la vergüenza ajena. Si un extraterrestre hubiera aterrizado en ese momento en Casa de América habría concluido que España es el motor de la economía europea en lugar del agujero negro que en realidad es; pensaría que la gestión de la pandemia por parte del gobierno ha sido un caso de éxito digno de estudio mundial, en lugar de la realidad que hemos soportado, esto es, las peores cifras del planeta y la estafa diaria de estar manos de auténticos inútiles incapaces de analizar una curva. 

Pero la realidad es lo de menos en la catequesis progre. Por eso los últimos diez minutos de homilía, el presidente los pasó prometiendo repartir una riqueza que aún no se ha creado, es decir, repartiendo la nada, repartiendo la deuda, repartiendo el bien absoluto sin la menor idea de cómo se hace eso. Ni una mención al sacrificio, al esfuerzo, al trabajo, al ahorro, a la inversión y al invierno. Solo al gasto, a la felicidad, a la primavera socialdemócrata, al olor a suavizante para pieles sensibles y a las margaritas recién cortadas.

Y aplausos al final y venga a chocar puños, que yo creía que estaba ofreciendo el anillo como los obispos y ojo, que alguno casi se tira a besarlo. Otros, tuvieron la tentación de arrancarse a poner ese mismo puño en alto y cantar la Internacional Sanchista. Ya se sabe, esa que empieza: «Que vivan los progres del mundo». Besamanos y vermú en el Gijón. La vida puede ser maravillosa. 

(Este texto se publicó originalmente en ABC el 1 de septiembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí)

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