Hay un columnista en ‘El Correo’ -¡Viva, siempre!- llamado Pablo Martínez Zarracina que confirma, una vez más, que el mejor columnismo es el que se hace fuera de Madrid. Los grandes temas queman y, cuando menos te lo esperas, te sorprendes a ti mismo hablando con un tono gris, como de ex ministro de UCD intentado agradar a su suegra. El lucimiento está en los temas menores que son, por supuesto, los únicos que importan: la ardilla que se escapa, el señor que tiene un apretón por la calle o los jubilados que se juegan la vida y la multa camuflando el clarete en vasos de café. Aunque el tema es lo de menos. Las mejores columnas no van de nada y son sólo un pretexto para abrir el plumaje y, en palabras de Pablo, «encogerse de hombros por escrito».

Recientemente he comprado dos de sus libros y he gozado como un twittero en un linchamiento. En uno de ellos, ‘Resaca crónica’, Zarracina recopila las columnas que durante cinco años ha escrito en el cuadernillo especial que ‘El Correo’ -¡Siempre, viva!- publica en fiestas de Bilbao. Reconozco que, al leerlo, me han entrado unas ganas terribles de salir de juerga y escribirlo todo después. Me refiero a una juerga de las de antes, de esas en las que hacíamos cosas por las que hoy nos quitarían la custodia de nuestros hijos. El día siguiente lo pasabas hecho un ovillo en la cama con una resaca como un piano de cola jurando que se acabó. Pero aún así, incluso yo, que, al contrario de los tiempos, tengo un extraño trastorno de híper pasividad, habría matado por tener que escribir en ese estado, con la culpa bailando la conga con mis recuerdos, la reputación destrozada y una pañoleta firmada por Nancho Novo con un nudo que no pude deshacer aquella semana ni para ducharme. 

No quiso Dios llamarme por el camino del columnismo entonces. De eso se han librado porque, material, había. Mucho y bueno. Pero ya es tarde, no se puede volver a esas ferias ni escribir de ellas porque la ciudad está triste, sin ganas, con un silencio como de borracho en el bar de un tanatorio. Fingimos que no pasa nada y lo seguimos intentando, se nota, pero como en las parejas que se han dejado de querer, algo se ha roto. Y es la tradición, la costumbre. De algún modo se ha quebrado la línea de puntos y hay que empezar de cero. No se puede retomar todo donde lo dejamos porque nada es igual y nosotros tampoco somos los mismos. Ni la adrenalina sobrevuela las calles ni las avispas sobrevuelan los verdejos. Ya no está Rayo enamorándose de la moda juvenil en la esquina del Farolito ni las niñas pijas acuden al cebo para tiburones que siempre fue poner a pinchar a Paty Varela.

Tengo mucha fe en las fiestas del año que viene, pero hay que revolucionar esto, no es suficiente con evolucionarlo. Hay que renacer, de nada vale fingir que aquí no ha pasado nada y que seguimos. Como un legionario, voy a gritar ‘¡A mí Zarracina!’, a ver si aparece por Pancorbo, nos mira con ojos nuevos y sus columnas hacen magia en la ciudad. Por mi parte, voy pidiéndome un Erasmus a la Semana Grande de Bilbao, para calentar a su lado. Ya tengo la chapela y mañana sin falta comienzo la pretemporada. A columnas no sé, pero si la cosa deriva en chiquitos, tengo posibilidades de tocar el cielo. 

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 9 de septiembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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