Es sabido que un gran pintor omite lo que uno mediocre cuenta de inmediato. Estoy reflexionando acerca de ello porque nos estamos vulgarizando, la actualidad no es esto, hay mucho más y, si ponemos las columnas al servicio de lo inmediato, la vida huele a bata de churrero. Si los temas los marca el político, las columnas se convierten en algo reactivo, en pintura figurativa, en fritanga por escrito. Es necesario huir de la dictadura del asesor, me niego a poner lírica a un fondo de powerpoint. Hay que anticiparse, no mirarlos y, el que sepa, que se entregue a relatar un ambiente. Hay un compromiso con la hemeroteca, el siglo XIX es una invención de Balzac y ‘La Movida’ de Umbral. Estamos prestando nuestros ojos al futuro y hay que respetarlo. Hay gente mirando mientras nosotros hablamos de Echenique, como pintores mediocres.

Me van a perdonar el tono, pero es que llueve despacio, muy despacio, yo mismo lo estoy viendo y es real, llueve diferente a la lluvia de mis últimos recuerdos, llueve con clase, tibio y recto, como si la vida fuera película de Garci, sin precipitaciones ni cámaras extra. Llueve como llueve cuando no pasa nada, como si tuviéramos todo el tiempo y el asombro aún fuera posible. Llueve con elegancia y, desde fuera, podría parecer que todo esto lo ha pintado Hopper, con ese aire metafísico que tienen las soledades en color. Hopper es el ejemplo, él detenía las escenas donde otros las comenzarían. No hablaba de la soledad de la vida norteamericana, pero estaba ahí, de fondo. Hammeshøi pintó habitaciones vacías y a Vermeer no le interesó narrar historias sino la reflexión de esos personajes enfrascados en su contexto. Los impresionistas enseñaron a Hemingway a colocar la luz en sus relatos. Y ahí hemos de buscarnos, pienso, pero, para completar mi estampa, suena Chet Baker y una gata duerme a treinta centímetros de mi, a treinta centímetros de la ventana y, probablemente, a treinta centímetros de todo.

Parezco un cliché, lo sé, todo parece una parodia, solo falta exagerar el olor a café para decir que la casa me devuelve algo de afecto, pero ustedes me han leído sufrir este verano eterno y entenderán mi estado de ánimo cuando, de repente, sin esperarlo, la vida se luce y llueve como en los años setenta y el silencio es diferente, como si la gente hubiera vuelto, pero no tuviera nada que decir. Los niños van al colegio y los padres al trabajo, a que los humillen, pero con algo más de clemencia que en casa. Ha llegado la vida real y lo ha hecho con la precipitación del que entra al ascensor, oye los tacones de la vecina acercándose y nota que el corazón se acelera por la expectativa de bajar solo, la victoria privada del que pone caras al espejo y pinta bigotes a la vida. 

Hoy empieza todo y, si Dios quiere, las columnas habrán de sostener solo el cielo, como en Persépolis. Y el resto importa poco. Al fin y al cabo, es sabido que un gran pintor omite lo que uno mediocre contaría de inmediato.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 14 de septiembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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