Durante la Gran Guerra, miles de soldados sufrieron una extraña enfermedad conocida como fatiga de combate o ‘shell shock’. Me gusta más ‘shell shock’, deja entrever con más rigor la realidad de la patología: un caparazón protector que separaba sus mentes del dolor que suponía la realidad tras haberse expuesto a bombardeos constantes, al ruido de la muerte, a la atrocidad de las trincheras expulsando sangre y bilis. Este caparazón no era físico sino más bien un aislamiento mental que incluía mutismo, parálisis mezclada con repentinas convulsiones musculares, falta de concentración, insomnio extremo y desinterés por todo. Pero la sintomatología más increíble de este caparazón no era ninguna de las anteriores si no el hecho de que todos los enfermos desarrollaran una extraña e inquietante sonrisa que, por alguna razón desconocida, hacía que el que les mirara desarrollara de modo automático un incontrolable sentimiento de amor, tristeza y compasión por ellos.
Dice Sabina que lo peor del amor cuando termina son las habitaciones ventiladas, pero yo creo que hay cosas peores en el fin del amor. Es peor ver la carne quemada, es peor el abandono a tu suerte, olerte hacia dentro, hacerte reversible. Es peor el alzheimer emocional, la indigencia moral, la humedad podrida de los huesos tristes, la pérdida de los tonos pastel, un old-fashioned antes de comer, la noche infinita del alma. Es peor la sonrisa que se te queda, esa sonrisa inquietante, ese caparazón emocional, esa cara de tonto aterrado. El exilio interior es lo que queda cuando se agotan los lugares a los que huir.
Los síntomas del ‘shell shock’ también se manifiestan en personas que han estado expuestas a constantes peleas, ruidos y violencia verbal en el núcleo familiar, generalmente en niños, y yo creo que una persona abandonada no es más que un niño intentando trepar por el cordón umbilical de vuelta a un útero que te odia. Es el sufrimiento fetal de un intento de aborto que ha salido mal y finalmente tiene nombre, dos apellidos y certificado covid. Amar tiene consecuencias. No se ama por hobbie, no se va al amor como al centro cívico, no se viene a la vida para pasar el tiempo. Amar deja cadáveres, generalmente el tuyo. Todo esto no es diversión, es un grito desesperado, es el llanto ahogado de un sordomudo.
Pero ¿saben cuál era el síntoma más inaudito, apasionante, mágico, hermoso y celestial de los soldados aquejados por el ‘shell shock’? Que cuando un soldado detectaba esta clase de psicopatología en otro soldado enemigo, ambos se miraban, paralizados, y no se atacaban el uno al otro. Yo me imagino la escena y creo que ese encuentro no es muy diferente a vivir, y que combatir no es muy diferente a haber amado. La risa es el ‘shell shock’ nuestro de cada día y mirarse en el espejo es firmar la paz con el soldado de enfrente. Y cuando eso sucede, -terriblemente solos, inmensamente libres-, la vida se da la vuelta. Tras reír a lágrima viva, solo queda llorar a carcajada limpia.
(Una versión previa de este texto se publicó originalmente en mi blog el 4 de enero de 2017. Por su calidad, lo quise recuperar para ABC el 20 de septiembre de 2021. En su redacción original tomé como fuente un artículo médico en el cual un doctor, creo recordar, explicaba la enfermedad, por lo que hay alguna frase tomada de ese artículo. No he logrado encontrarlo de nuevo, por lo que no puedo citar al médico que firmaba la explicación de la enfermedad. Lo lamento mucho, pero sea quien sea, que se de por citado y por reconocido. Para acceder a él, haga clic aquí.)