Soy peor persona que Jiménez Lozano y, desde luego, mucho menos brillante. Pero me lanzo hoy a los terrenos de nuestro premio Cervantes, que moría a principio de la pandemia sin hacer ruido, igual que vivió. El ruido es el sonido del que no tiene mucho que decir. Su silencio, en cambio, estaba lleno y más ahora que está con el Padre. Su silencio es definitivo, pero también dramático, se ha ido cuando más falta hacía, cuando más necesitamos a gente como él, buena, brillante y culta y menos a pirómanos con columnas. Todos los columnistas católicos quieren ser Chesterton menos Chesterton que, de haberlo conocido, habría querido ser Jiménez Lozano, no me cabe duda. No ha habido nadie en España a este nivel. Yo he llegado tarde a él, como a casi todo y, ahora que lo estoy leyendo, me apena no haber podido conocerlo de cerca, cuando lo tuve tan fácil. Quién sabe si se me habría pegado algo, aunque fuera una idea, o mejor, una duda, un puente que una o una sonrisa que acerque en lugar de esta mala leche protectora, como la crema del sol y su pantalla total. Nos queda su obra, que es el legado de un escritor que tiene algo que decir, no como nosotros, los farsantes del artificio, ‘Las Fallas’ de la literatura, los ‘ninots’ de esta ‘cremá’ diaria en la que ardemos como la paja seca. 

Hoy nos adelanta ABC un informe del Observatorio de Libertad Religiosa (OLR) en el que se alerta de los ataques del PSOE a la libertad religiosa. Es aterrador. Pero hoy me acuerdo de Pepe y creo que necesitaríamos su voz más que nunca para librarnos de lo que él llamaba ‘la psicología básica del católico contrarreformista’, es decir, la psicología del miedo a la libertad, la psicología de defensa y de ‘guetto’ que tenemos los católicos españoles. Habría que recordar que el católico lleva dentro la persecución. Es más, si hay alguien que represente a los perseguidos y al martirio ese es Cristo. Sus seguidores salimos de las catacumbas y quizá allí volveremos. Y por eso debemos ser más indulgentes que nadie con las persecuciones ajenas.

El informe es preocupante y debería hacer pensar a los católicos, sobre todo a los del PSOE. Pero también debe hacernos reflexionar al resto: yo percibo hoy un estado general de odio visceral a los musulmanes que me preocupa y mucho. Y una cosa es que no nos gusten muchos aspectos de su fe y otra es pensar que las personas musulmanas fueran menos hijos de Dios que nosotros o que fueran menos hermanos nuestros que cualquier hijo de puta inmoral con crucecita en el pecho.

La libertad religiosa es un principio católico que no podemos utilizar solo cuando nos conviene. Debemos recordarlo cuando se nos persigue, claro, pero también para respetar al resto de confesiones cuando son perseguidas. Si una persona es perseguida, es perseguido nuestro hermano. La libertad religiosa del resto también ha de ser preservada. Y de hecho ha de serlo porque es un principio católico, a nosotros se nos exige, esa es nuestra fe. Querer limitar la fe ajena para asegurar la propia implica el fin de la libertad que nuestra fe lleva intrínseca. El estado debe garantizar el desarrollo de la libertad religiosa para todas las confesiones. Eso es aconfesionalidad, eso es la constitución. Y ese es, además, el Evangelio. Es algo relativamente nuevo que lleva su tiempo comprender y asimilar. Desde una posición dominante es mucho más complicado que lo comprendamos. Ahora que no dominamos, podremos entender el valor de la libertad del otro al ver la nuestra amenazada.

Por eso, mientras nos defendemos de los ataques debemos abrir los ojos y comprender que no podemos hacer lo mismo. Atacar al islam es algo que paradójicamente nos acerca a sus defectos y que implica aceptar el maridaje intelectual que se pretende evitar. Porque hay en ciertas actitudes genuinamente españolas de ser cristiano, como estas, una belicosidad que, sin duda, nace de siglos de convivencia con musulmanes y especialmente del poso que en nuestra fe dejaron los conversos, que siempre son los peores. Es decir, que la belicosidad de algunos católicos contra lo musulmán, es exactamente la manera de ser de los musulmanes, influencia directa suya. Todo odio es auto odio. 

La reconciliación de la derecha me trae sin cuidado. A mi me preocupa la reconciliación de España. Por lo mismo, a mi el bienestar de los católicos y la defensa de su libertad religiosa solo me preocupa como un paso para el fin último, que es el bienestar del ser humano, de todos los hijos de Dios. Incluso de aquellos que han abjurado de Él o que directamente luchan contra Él. Ese es el mensaje de Jesús. El resto, me temo, es mediocridad nacionalista, una mediocridad tan grande como para deber un homenaje a Pepe y ni si quiera acordarse.

(Este texto se publicó originalmente en ABC el 21 de septiembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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