
Quien aun conserve fe en un político es porque no conoce a los suficientes. De lo contrario, habría abandonado toda esperanza. Aún así, reconozco que a mi me la siguen colando porque, pese todo, suelen ser simpáticos y agradables. Les va la vida en ello, claro, como a mi gata, que si no fuera así de adorable no comería. Pero perder la fe en la política es otra cosa, implica perder la fe en la democracia y, más allá de los delirios de cuatro ‘regres’, la alternativa es la que es. Franco nunca se metía en política.
Mantener esa fe pero en todo un partido es aún peor: o eres un fanático o estás pringado. Supone pensar, de hecho, que los que piensan diferente son idiotas y, por lo tanto, están deslegitimados. Y ahí empiezan los problemas: cuando el rival se convierte en enemigo, todo acuerdo se convierte en una traición. Por eso, me temo, la sociedad del populismo no valora el pacto, porque no existe la suficiente formación humana como para interpretar el acuerdo como valentía y grandeza. Y su opuesto, las trincheras de la guerra cultural, como lo que son: una paletada. Querer ganar siempre es algo de perdedores.
A nosotros nos educaron con un gran sentido del deber y sabemos que uno solamente puede hacer lo que quiere cuando se den las circunstancias para ello. Hacer lo que quieres es un sueño, es estación de destino, no de partida, creo que yo no lo he conseguido más que un par de tardes en mi vida. Ni si quiera ‘ganar’ es lo óptimo. Lo óptimo es la paz y la concordia y la negociación es el medio que tenemos para ese fin mayúsculo. Si quieres negociar tienes que asumir que tienes que perder algo, el resto no es negociar, es imponerse y ser un macarra. Hay que aprender a perder, hay que aprender a ganar, hay que pensar como plantear las cosas, hay que esforzarse por influir sin imponerse y hay que dejar los cojones en casa si queremos avanzar o, al menos, no hacer el ridículo.
La base de la formación de una persona es hacerla entender que debe hacer lo que debe hacer, bien hecho y sin que nadie se lo mande. Que no hace falta estar motivado para cumplir con tu obligación y menos aún un premio por ser decente. Cuando se tiene eso claro, hacer lo que quieres queda en un segundo plano. La negociación surge en ese plano, cuando interiorizas que hay que pactar cada día, que solamente puedes resolver tus problemas y conseguir lo que quieres integrando al otro en tu estrategia y que, por lo tanto, tienes que resolver el problema del otro como medio para la resolución del tuyo. Eso es política. Lo otro, ética del eructo.
Una persona tiene que hacer lo que tiene que hacer, aunque no le guste. Si es un político, pactar y poner buena carita. Si no entendemos esto, puede pasarnos como a aquel maquinista que abandonó el tren en mitad del campo porque ya había acabado su turno. Elbert Hubbard decía que las gentes que nunca hacen más de aquello por lo que se les paga, nunca obtienen pago por más de lo que hacen. Y viendo a algunos, me parece hasta excesivo.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 24 de septiembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí)