
Yo no me imagino a un inglés lloriqueando porque en ‘Braveheart’ se deje a los escoceses como arcángeles de la bondad y a ellos como a sádicos salvajes y despiadados. No me imagino a un ruso ofendido porque la Francia ilustrada los pusiera como ejemplo de atraso, de barbarie y hasta de salvajismo étnico y que todavía hoy en Paris haya quien siga pensándolo. Menos aún me los imagino ofendidos por todo lo que los comunistas hicieron en su nombre y se les achaca a ellos como pueblo. No veo a ningún romano afectarse un ápice cuando algún tarado con rastas habla de que la romanización fue un proceso destructivo de las culturas indígenas peninsulares y que su beligerancia fue el germen de la violencia paneuropea. Me cuesta pensar que a un francés le afecte lo más mínimo la crítica que desde España o desde Prusia se pueda hacer de Napoleón y mucho menos que les importe algo que desde África se insulte su colonialismo salvaje y racista. No veo a los belgas preocupados por el repudio unánime a su actuación inhumada y criminal en el Congo ni a los holandeses perder un solo segundo en lo que pensemos los demás de su apartheid y genocidio en Sudáfrica.
Me cuesta pensar que los turcos se vean consternados por lo que el mundo piense de su imperio o, más en concreto, lo que se piense de ellos en Armenia. No veo a los japoneses tocar las narices cada año porque en Corea haya quien piense que su imperio fue especialmente sangriento, cruel o brutal. O que a China le importe un bledo lo que Asia o el mundo entero piense de su expansionismo violento y primitivo. No veo a los mongoles preocupados por el revisionismo que se haga de su imperio y por las dudosas formas de Gengis Khan, ni a los suecos derramar lágrimas por la imagen ultraviolenta que tenemos de los vikingos o a los nativos americanos pidiendo explicaciones a sus ancestros por el salvajismo simpar de sus culturas precolombinas.
No me parece que a los chiitas les preocupe mucho lo que de ellos piensen los sunitas, ni a todos ellos la imagen que puedan tener ante los alauitas ni mucho menos que a los árabes les afecte la respuesta de los bereberes o los persas a su racismo incomparable. Me resulta difícil creer que haya un solo estadounidense consternado por la masacre de su ejercito contra apaches, arapahoes, sioux o navajos.
Así que háganme el favor y dejen de actuar de modo tan débil, tan acomplejado y tan afectadito cada vez que alguien hable mal de nosotros. Hay que tener más autoestima, hay que dedicar menos tiempo a lo que los demás piensan de nosotros y hay que dejar de entrar en todas las batallas a las que nuestros enemigos nos impulsan. En Castilla sabemos que, cuando uno es un imperio, lo normal es que te odien. Que cuando uno es el mejor, lo normal es que el resto no te lo perdone. Estamos acostumbrados: no solo nos odia el mundo entero, sino también la mitad de los españoles. Nos importa una mierda. Por favor, tomen ejemplo y sigan a sus cosas. Feliz Día de la Hispanidad.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 11 de octubre de 2021. Disponible haciendo clic aquí)