Digo yo que habrá un punto medio entre la friqui que va a la cena de empresa con un jersey de renos y que ama la Navidad por encima de todas las cosas y su némesis, ese señor con cara de llamarse Gerardo, que piensa de Papá Noel lo mismo que yo de Greta Thunberg, que no compra lotería ni a su sobrino y que no toma las uvas en Nochevieja porque, cuando sale Ramontxu y su capa, él lleva ya hora y media en el catre escuchando un podcast de Pedrerol. 

Supongo que debe de existir un espacio amplio y confortable entre esa señora que sueña con hacer galletitas con forma de Rudolph para comerlas bajo el abeto de Douglas que tiene en su jardín mientras ve caer la nieve con un cachorro de Labrador en brazos y su antagonista, ‘El Grinch’, ese hombre solitario con alergia a la alegría, que detesta los polvorones de ‘El Toro’ y que repite cada día en la pescadería que todo esto es solo un invento de ‘los mercaos’ para sacarnos los cuartos.

Y es que solo hay algo más insoportable que los súper amantes de la Navidad: aquellos que la odian visceralmente. Solo hay algo más insufrible que los ultra-lovers: los mega-haters. Cada año vemos a ejemplares de ambos bandos, que, como suele pasar siempre con los extremos, no solo comparten destino en lo espiritual sino, sobre todo, en lo inaguantable. Se encargan de dejar clara su postura ‘pro’ o ‘anti’ en cada pequeña oportunidad. Son multitud, pero como ahora la Navidad empieza en octubre y acaba en febrero, su presencia se hace aún más notoria. Y desde más temprano. En Valladolid, el Ayuntamiento ha puesto ya ‘La Bola’ al final de la calle Santiago, el árbol gigante en la Plaza Mayor y, desde el lunes, hay un camión poniendo lucecitas por Mantería. Y quedan casi dos meses. Si lo piensan, hay decoración navideña uno de cada cuatro meses del año. Es decir, si escogen un día del año al azar, hay un 25% de posibilidades de que el ambiente sea navideño. En Valladolid hay estaciones que no duran tanto.

Bien, pues ya lo tenemos aquí. Empieza la estación del amor, el trimestre fantástico. Y claro, se hace más largo que el Mortirolo. Cuando por fin nace el Niño Jesús ya estamos pidiendo clemencia y cuando vienen los Reyes Magos algunos ofrecemos las cervicales, a ver si nos descabellan y acabamos con el sufrimiento de tener que aguantar a unos y otros. Les recomiendo que pasen por ‘La Bola’, y hagan como que están esperando a alguien. Tómenselo como pretemporada. Pónganse cerca y miren el espectáculo del odio, del amor, las críticas al gasto, al poco gasto, las dudas sobre la contaminación que genera, las loas a la Navidad, los desprecios a la misma, escuchen las críticas a la falsedad y la hipocresía y las críticas a los amargados que no saben disfrutar de nada, admiren a los padres-cantajuegos que bailan entusiasmados coreografías y, por otro lado, disfruten de los padres-logística, agobiados por el desabastecimiento y la incidencia del virus en hora punta. Y en medio de todos, la gente normal viendo la vida pasar sin dramatismo y haciendo lo que podemos para hacernos invisibles, como si fuéramos attrezzo, y ayudarles así a que puedan amar u odiar, pero plenamente, en toda su intensidad. Y, a ser posible, sin dar la turra. Ni el turrón.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 4 de noviembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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