
Ya estamos vacunados, no nos han salido antenas y la vacuna funciona, aunque muchos no hayan entendido que su función no es impedir que te contagies, sino darte armas para que, cuando lo hagas, tu cuerpo luche contra el virus. Ahí están los datos y son demoledores, incuestionables, fríos como el corazón de tu ex. Funciona y, por eso, la enfermedad es, hoy por hoy, poco más que un resfriado, en la mayoría de los casos. En España, los fallecidos por covid se mantienen en mínimos, tenemos los mejores datos de la UE, no hay problemas de saturación en el sistema sanitario y la ocupación de las UCI por pacientes covid es del 9%. La OMS recuerda que no debe cundir el pánico con Ómicrom y su descubridora advierte que son casos muy leves.
Y en estas circunstancias, parte del pueblo sigue obsesionado con las cifras de incidencia, como si no hubiera vacuna, con la mascarilla en exteriores como una estampita de Santa Rita y pide a gritos restricciones. Suplica que le destrocen la Navidad y clama para que se implante la vacunación obligatoria, es decir, que el estado sea dueño de su cuerpo. Exigen un pasaporte COVID que no sirve para nada, que atenta contra los derechos fundamentales, que no vincula el acceso a un lugar al hecho de ser positivo o negativo sino al hecho de estar o no vacunado y que viene a sugerir que las restricciones son un chantaje que no tiene relación con la realidad y que, por lo tanto, no van a terminar jamás, desincentivando, de paso, las próximas dosis. Porque ya vemos que va a dar igual, que no nos guiamos por la matemática y la ciencia sino apenas por sensaciones de gente aterrada.
Hay que hablar claro: olvídense de un mundo sin coronavirus. No esperen un escenario de ‘covid cero’ ni dentro de un año ni dentro de diez, porque sencillamente no se puede acabar con un virus, solo se pudo con la viruela y por factores muy especiales que aquí no se dan. Siempre habrá una cepa, una variante y una mutación así que dejen de obsesionarse: estamos mejor, es solo una enfermedad más a añadir al catálogo y, por lo general, solo se tornará en grave en personas de riesgo o de edad avanzada, como casi todas las demás. Hay que recordar que la enfermedad es indisociable de la vida humana, aunque la postmodernidad la vea como una anécdota, como una sorpresa, una excepción no ‘instagramable’ de la que nadie nos había advertido.
Pero el milagro es la vida y el verdadero regalo es estar sano. Hay que vivir de nuevo, dar gracias, asumir la realidad, intentar convencer a quien no se haya vacunado, celebrar, disfrutar y defender como leones nuestras libertades y nuestra dignidad. Y, por supuesto, dejar claro que no vamos a volver a permitir ni al Gobierno ni a las comunidades una sola limitación o suspensión de derechos por ningún motivo que no sea una invasión de los chinos o de los extraterrestres. Y hoy, 6 de diciembre, conviene que se lo recordemos: está bien que celebréis la Constitución, pero estaría mucho mejor que la hubierais leído.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 6 de diciembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí)