
La política en España es un tejado a dos aguas en el que has de caer a un lado. Así lo ha entendido también Sánchez, que aprovechó para crear a Frankenstein, una coalición de facto de todos aquellos que, antes que al PP, votarían hasta a Don Pimpón. Por eso, a Sánchez le importa poco que ‘Eternamente Yolanda’ suba mucho. Es más: le conviene, los necesita fuertes, sabe que son vasos comunicantes y que, dentro de Frankenstein, votes a quien votes le estás votando a él. La izquierda hoy es un espejismo de libertad, como cuando en el súper te encuentras tres marcas de refresco, pero las tres del mismo fabricante.
Si Casado fuera listo -lo es- sería consciente de que él no lidera el PP sino la alternativa a Sánchez. Es decir, que no se trata de machacar a Vox sino solamente de que Frankenstein no obtenga 176 votos y, por lo tanto, la deidad no pueda ser investida. Cuando el PP sea la fuerza más votada, y lo será, Casado irá a la investidura y todos sabrán que es o él o nadie, lo que le da mucha fuerza para pactar con socios minoritarios y dejar la negociación con Vox para el final, intentando un acuerdo a la madrileña o a la andaluza, es decir, un voto en la investidura, pero sin entrar en el gobierno. Esto le viene bien a Casado, pero, sobre todo, a Vox, que puede tener al PP agarrado por sus partes, pero sin abandonar la demagogia y el populismo para poder seguir creciendo, es decir, para ser a la vez el funambulista y la red que recoja los votos que Casado pierda por el desgaste. Por supuesto, habrá teatrillo, gente rasgándose las vestiduras e incluso, quizá, repetición electoral. Pero, antes o después, cederán. Vox sabe que si, pudiendo quitar a Sánchez, no lo hace, serán sus votantes los que les quiten a ellos.
Para que esto suceda hay actores secundarios: Puigdemont jamás votará a Sánchez. Desde luego, tampoco a Casado, pero esa abstención es decisiva. No se nos escapa que a nadie le vendría mejor un gobierno del PP apoyado por Vox que a Puigdemont, que no solo tendría una excusa sideral para su victimismo, sino que, además, vería cómo ERC se aleja del poder y pierde influencia y presupuesto. Algo parecido puede pasar con PNV y Bildu. Pero hay más: si Frankenstein no suma, Sánchez estaría finiquitado y el PSOE se convertiría en un erial, un desierto, la nada guiando al pueblo. Es decir, si no logran 176, Casado puede ser presidente ‘sine die’, el PSOE un fantasma durante un par de legislaturas y todos veremos cómo al poder del PP en Galicia, Madrid, Andalucía, Murcia y Castilla y León -puede que también Valencia-, se le une todo el poder central y un independentismo dormido en su propio fracaso. Y, si eso sucede, verán qué rápido muere el debate interno, cómo el liderazgo se torna áureo, las voces díscolas desaparecen y todo es felicidad en Génova, 13. Nada une tanto como el pesebre. Esto lo sé yo y, por supuesto, también Miguel Ángel Rodríguez. Y por eso las prisas: es ahora o nunca. ¿Entienden ya de qué va todo esto?
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 17 de diciembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí)