Marxistas y anti marxistas tienen algo en común: ninguno ha leído a Marx. En el caso de los políticos, algunos no han leído a nadie. Y no son los más peligrosos, aún hay algo peor que no haber leído un solo libro y es haber leído uno solo, porque tiendes a asumirlo como si fuera toda la verdad. Y entonces la ignorancia no solo no se disipa, sino que muta en dogmatismo y arrogancia, como el que llega al amor por primera vez. De entre los devotos por monolectura, ninguno tan creyente como un marxista, entre los cuales no debemos incluir al propio Marx, que no se cansó de repetir que no era marxista y que estaba horrorizado por lo que algunos habían entendido de su teoría. Y eso que, por fortuna para él, no tuvo que escuchar a Yolanda Díaz, que acaba de decir -cito literalmente y con las manos coloradas de la vergüenza ajena- que «las decisiones que toman los accionistas de una empresa no tienen nada que ver con la producción y la economía real, sino con la obtención de beneficios, causando desastres en el mundo del trabajo y de los derechos de los trabajadores».

Que contraponga ‘producción’ y ‘economía real’ a ‘obtención de beneficios’ ya nos da una idea de lo que hay dentro de este cerebro: oscuridad y miseria. No es una cualquiera, es la vicepresidenta del Gobierno de España. Es decir, si tenemos a un gobierno contrario a los beneficios, tenemos a un gobierno ontológicamente enemigo de la empresa y, por lo tanto, de los trabajadores. Y no sé si lo que propone es terminar con los beneficios o con las empresas. Aún así me parece poco ambicioso pudiendo acabar con los accionistas. Enajenaciones mentales aparte, la realidad es que si una empresa no es rentable no es sostenible y si no es sostenible es cuestión de tiempo que no haya empresa y, por lo tanto, que no haya trabajadores. Y sin trabajadores, veo complicado defender los derechos de los trabajadores, que existen en tanto que hay empresas y empresarios. A los comunistas los trabajadores solo les importan si es para esclavizarlos, pero al menos a los socialdemócratas les debería interesar que las empresas ganen dinero porque es la principal fuente de financiación del Estado: robarles el beneficio. Si el Estado vive de los impuestos, al Gobierno le debería interesar que a los empresarios les vaya bien para que contraten mucho, se recaude más, el presupuesto público aumente y puedan redistribuirlo, dilapidarlo o robarlo. Lo que sea, pero primero hay que crear esa plusvalía y quien la crea es quien paga los recursos de la empresa, también los humanos, es decir, los accionistas. Sin ese valor creado se desmorona el sueño del Estado social. Más útil aún: sin empresas no hay sindicatos, Yolanda, que son el Ómicron del mundo laboral, un virus que no te mata, pero no porque no quiera, sino porque eso implicaría su propio fin. Muerta la empresa, se acabó el liberado. Se confirma así del todo que Yolanda no es mala, solo una completa necia. Y yo le auguro, por lo tanto, un enorme éxito.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 20 de diciembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí)

Anuncio publicitario