
En el actual escenario de postverdad, los datos fríos, objetivos y asépticos no tienen valor por sí mismos. La verdad es solo una materia prima, una ‘comoditie’ indiferenciada, ‘raw data’, datos no procesados, algo así como el oro en la oscuridad de la mina, antes de convertirse en lingote y mucho antes de querer ser anillo. El dato es la causa, pero a nadie le importan las causas pudiendo mirar los efectos, la sonrisa de la novia que extiende el dedo en el altar y muta a mariposa. Lo valioso es la emoción que la verdad suscita, es decir, el dato pasado por el tamiz de la opinión, de lo subjetivo, de lo manipulado por la mirada de otro, que ya lleva su adjetivo, su velo. Del dato se sale. De la emoción que el dato te provoca, jamás. Por eso, la postverdad es la mentira en su peor potencia.
Cuando la postverdad se topa con una pandemia da como resultado una tormenta perfecta en la que la veracidad y pulcritud de lo dicho no solo no importa, sino que, además, molesta. Los medios, en su mayor parte de modo bienintencionado, hemos seguido el juego de las autoridades, pensando en nuestro compromiso de servicio público y no pudiendo ni sospechar que, en esos momentos, alguien pudiera anteponer la propaganda y su propio interés a la información y al bien común. La realidad es que hemos sido correa de transmisión de una sucesión de mentiras interesadas por parte de unas autoridades a las que solo el futuro pondrá en el lugar que les corresponde. No solo han desinformado, sino que, además, se han servido de herramientas ilegales para limitar y suspender nuestros derechos fundamentales ante nuestra mirada, como David Copperfield haciendo desaparecer la Estatua de la Libertad mientras comemos palomitas. La consecuencia es lo que ven: una sociedad anestesiada, que sospecha de todo y que no tiene a dónde acudir para comprender el mundo en el que vive. Y que vuelve al amuleto, a la superstición, a la oscuridad y al fetiche. Y que mira con sospecha al que osa cuestionar la postmentira. Y el mundo se convierte en algo puritano, neurótico y pre narcotizado.
La postmentira en un mundo de postpandemia da como resultado miedo. Y no hay nada tan potente como el miedo porque no hay nada tan libre. Una sociedad aterrorizada es una sociedad que toma decisiones de modo irreflexivo, precipitado e irracional y que se acuclilla debajo de la cama con las manos en la cara, como no queriendo ver la pinta de Viernes Santo que se le está poniendo al mundo. En realidad, el mundo es el mismo, pero algunos están heridos de muerte y, por ello, todo ha cambiado. El poder político no solo no lucha contra ello sino que, al contrario, se apalanca para avanzar sin obstáculos. Bienvenidos a la postdemocracia, un sistema político basado en la postmentira y en la postpandemia, en el que la soberanía está pervertida de base por el miedo y la irracionalidad. El que ose señalarlo será victima de la postcensura, que consiste en ser tu propio Torquemada. Vienen tiempos oscuros. Prometemos hacerlo mejor en adelante. Agárrense fuerte.
(Este texto se entregó el 28 de octubre de 2021 para el ‘Anuario Vocento 2021’, titulado ‘El mundo que viene’. Su distribución fue exclusivamente privada, corporativa institucional)