
Siempre he preferido a los Stones que a los Beatles, a Mourinho que a Guardiola, a Maradona que a Pelé. Siento una simpatía irrefrenable hacia los malos oficiales, hacia los que deciden salirse de esa condena que es el amor del público y osan ser ellos mismos a pesar de todo, digan lo que digan los puritanos y su veneno, los expertos y sus traumas. Decepcionar es un imperativo y atreverse a decir ‘no’ al aplauso es el mayor grado de valentía. Porque cuando dices ‘no’ a algo, estás diciendo, de modo implícito sí a otras cosas, aunque queden ocultas por la sordina de lo no dicho. Y claro, a veces casi nadie se entera de nada. Ni falta que hace. Es difícil entender a qué dices sí cuando parece que dices que no, es complicado entender qué afirma un hombre que lo niega todo. A no ser que conozcas las sombras, los corazones y sus arrabales, la mirada que nace detrás de la mirada.
En tiempos de ídolos clonados y en esta dictadura de los buenos muchachos, se echan de menos artistas diferentes, personalidades integrales que no separen vida y obra, individuos que manden al infierno a los asesores. Faltan políticos maduros, personas que hayan vivido, que no tengan ningún interés en agradar a los peritos en lenguaje corporal y que, eventualmente, tiren el iPad a la cabeza de los politólogos. Faltan estrellas del rock que quemen hoteles en fiestas excesivas en lugar de niñatos que lloriqueen porque les ha dejado la novia. Yo quiero toreros mujeriegos y no pseudoanimalistas que antes de una corrida se relajan jugando a la Play. De hecho, el torero en el que creo, antes de una corrida, está llegando de la juerga del día anterior, con el traje impecable y oliendo a perfume de mujer. Seguramente pegará un petardazo al primero de su lote y, en el segundo, pondrá la plaza boca abajo y saldrá a hombros mientras el sol de la tarde se refleja en los alamares y crea ese aura dorada, mística, sagrada. Yo no quiero deportistas ejemplares, yo quiero a Guti. Yo no quiero a mujeres perfectas, quiero a Carmen Ordóñez. Yo no quiero estudiantes de técnica vocal, quiero leyendas con la garganta rota.
La única manera de ser libres es romper las cadenas que nos atan a lo esperado, a lo aceptado, a lo agradable. Es más, la libertad pasa, necesariamente, por hacerse insoportable a los ojos de las masas asustadas, por resultarles odioso a los meapilas de la corrección. Hay que sacrificar todo intento de pureza, mandar a corrales el dogmatismo, la posición estricta y la caricia aterciopelada del pueblo. Solo hay algo exigible a un ser un humano y es la honestidad, la verdad y la decencia. Y esto es incompatible con el aplauso general, con abrazar terneros y con besar a niños huérfanos. Una estrella del rock se comporta como un sinvergüenza, un torero como un animal mitológico y un político que quiera ser presidente del Gobierno ha de comportarse como lo que va a ser, aguantar la mirada, tener un plan osado y dejar de sonreír como si estuviera en casa de la suegra.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 17 de enero de 2022. Disponible haciendo clic aquí).