
Castilla, Prusia e Inglaterra tienen algo en común: son las columnas vertebrales de las tres grandes naciones de la historia. Pero tienen en común algo más: las tres están disueltas como azucarillos dentro de sus respectivas obras: España, Alemania y Reino Unido. En nuestro caso, Castilla formaba una región tan enorme y poderosa que, tras la guerra, decidieron partirla en trocitos. Porque el Reino de España es fundamentalmente la Corona de Castilla con anexos con menos importancia, como León o Aragón, o directamente anecdóticos como Navarra o Granada. Por eso era clave que fuera Castilla quien sufriera la derrota y asistiera a su propio funeral, sin hacer ruido y con la boca cerrada. Aunque perdió la guerra, la derrota de Prusia fue liberadora para Alemania. Lo mismo sucedió con la de Inglaterra para el Reino Unido y me temo que también es el caso de la muerte de Castilla para el resto de España. Fundamentalmente para alguno de sus restos, como Madrid.
Pero también para los nacionalismos. Porque lo que los nacionalismos en realidad quieren es oponerse a Castilla, no a España. Es decir, se sienten diferentes, pero de Castilla. A un catalán le da igual ser diferente a un vasco. No le preocupa. Su identidad surge en contraposición a Castilla, al poderoso, al fuerte. Y al desmembrarnos, humillarnos y despreciarnos de esa manera, Castilla no solo muere como realidad sino también como aspiración. Por eso esta comunidad no le importa a nadie, ni si quiera a nosotros mismos, porque es solo una abstracción administrativa y nadie ama, vive o muere por una abstracción administrativa. Sin embargo, en los ciudadanos de Castilla y León se dan dos sentimientos muy profundos y complementarios: uno provincial y otro nacional. Es decir, la gente se siente española y abulense. Pero uno de Ávila se siente tan cercano a un castellano de Toledo que a un castellano de Valladolid. Porque en realidad somos lo mismo y no hay fronteras tras diez siglos de historia común.
Y ese es el principal problema de esta autonomía, que al no existir un sentimiento de ‘comunidad’, no puede existir la solidaridad subsecuente ni puede abordarse una redistribución seria de nada. A un tío del Bierzo no le importa Soria y a uno de Béjar no le importa Pancorbo. Y como esto es así y todo el mundo quiere una fábrica en su pueblo, es imposible abordar con seriedad un plan estratégico que ponga las fortalezas al servicio de las oportunidades y sea capaz de explicar a toda Castilla y León que su crecimiento pasa por Valladolid, que son 400.000 personas en su área metropolitana, una universidad con 20.000 estudiantes, un polo industrial importante, un ‘hub’ agroalimentario y de automoción de primer nivel, un AVE a cincuenta minutos de Chamartín, un aeropuerto y la sede de las instituciones. Y que crear empleo en Castilla y León pasa por crearlo en el eje Valladolid-Palencia y aceptar que ese es el motor que tira del resto de la comunidad, junto a Burgos.
Pero la gente no quiere crear trabajo para la comunidad sino para su ciudad y nadie aceptaría un boom de empleo para todos si este se diera en Valladolid. Y así llegamos al populismo localista. Pues puestos a ‘Por Ávila, ‘León ruge’, ‘Zamora enraíza’ o ‘Palencia ya’, propongo la creación de ‘Valladolid subyuga’ o ‘Pucela centraliza’ y así jugamos todos con las mismas cartas. Aunque me temo que, en realidad todas las candidaturas provinciales de Castilla y León se podrían unir en una sola que se llame ‘Puta Pucela’. Que, al fin y al cabo, es de lo que se trata.
(Esta columna se publicó originalmente en el ‘Diario de Campaña’ de El Norte de Castilla el 6 de febrero de 2022. Disponible haciendo clic aquí)