En el juego del gallina dos coches enfrentados conducen uno en dirección al otro. El primero que se desvía pierde y es humillado por cobarde. Exactamente esto es lo que sucede en la negociación entre Vox y PP. Dos rivales acelerando y exigiendo al otro que se aparte para evitar el choque. Porque si algo hay que entender de una vez es que PP y Vox son rivales, no forman un bloque, no representan ideas similares, sino a menudo, incompatibles.

Aún así, PP y Vox están de acuerdo en algunas cosas. Si hubiera buena voluntad, toda posibilidad de pacto debería sustentarse en aquello en lo que están de acuerdo y no precisamente en lo que los separa. Habría que mirar los programas y comenzar por los puntos en común. Pero para eso habría que tener un programa, claro, algo que ni Vox ni sus votantes parecen considerar necesario, se han presentado a las elecciones con una serie de objetivos, como las ‘misses’ cuando piden la paz mundial. Ciertamente les ha valido para tener buen resultado, pero no es suficiente para gobernar. La realidad es que Vox no tiene ningún interés en entrar en el gobierno, pero no puede decirlo. Sería humillante aceptar que no están preparados y que ahora no encaja en su estrategia.

Por eso, comienzan la negociación por una propuesta de máximos y por lo que saben que el otro no puede aceptar –derogación de las leyes de violencia de género y de memoria histórica– para asegurarse que no habrá acuerdo. De cualquier modo, quedan dos meses y lo que estamos viendo es solo el primer acto del sainete. Por eso Vox sobreactúa y trata de poner condiciones inasumibles mientras amenaza con el choque, que es la repetición de elecciones. Pero no llegará la sangre al río, algo me dice que Vox acabará absteniéndose. Lo que tiene delante es demasiado goloso: Mañueco en sus manos sin la responsabilidad de gestionar nada y con la imagen pública de haber cedido finalmente por el bien de España ante la intransigencia del PP.

Pero tampoco descarto en absoluto esa repetición. Si el PP acepta, gobernará, o cree que gobernará, porque en realidad estará en manos de un partido cuyas imposiciones no van a cesar nunca y cuya gestión se antoja una incógnita. Y, a la larga, el PP habrá dejado de representar ese centro derecha europeísta, liberal, moderado, transversal y con sentido de estado que defiende ser. 

Desengáñese, solo hay tres opciones: un gobierno del PP en solitario (Vox se niega), una coalición PP-Vox (Génova se niega) y una abstención del PSOE (se niega Ferraz). Hoy ninguna es posible, porque lo que se está librando en esta fase no es una negociación sino la batalla del relato. Todos saben que, tras una repetición, tendrían que llegar a un acuerdo. Por lo tanto, solo tratarán de llegar a esa situación si tienen más procuradores y más poder de negociación. 

No sé si a Vox le va a beneficiar ir a elecciones en Andalucía bloqueando aquí un gobierno del PP y votando ‘no’ junto a PSOE y Podemos, es decir, entrar en Frankenstein por la puerta grande. Pero tampoco tengo claro que el PP sea lo suficientemente audaz como para comunicar que su negativa a traspasar ciertas líneas es un acto de generosidad y no de egoísmo, que lo fácil es aceptar y seguir al calorcillo del pesebre. Las encuestas marcarán el paso. El que crea que no mejorará su resultado, será el que acabe por ceder en el juego del gallina. Me temo que eso es todo, amigos.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 17 de febrero de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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