
Uno no se entera de quién es hasta que ve por quién le sustituyen. Se hace patente en ese momento qué necesidad cubrías en realidad, más allá de tus delirios y de los reflejos deformantes del Callejón del Gato. Así, hemos venido fantaseando durante décadas con que los compradores de libros eran personas ávidas de conocimiento, hasta que llegó Netflix y descubrimos que la gente solo quería ahogar su tedio en un pasatiempo que les hiciera engancharse a algo más que al Prozac.
Sucede lo mismo con la prensa. Durante años pensamos que el público deseaba información al ver las colas en los kioscos de las estaciones de trenes. Nos creímos que lo que queríamos era aprovechar el trayecto para leer sesudos análisis y columnas brillantes y descifrar mejor la realidad. Hasta que llegaron los móviles y vimos que el periódico era solo una manera de no aburrirse entre estación y estación y no incomodar al de al lado. Y cambiamos prensa por móvil. No eran los sesudos análisis ni los ácidos columnistas. Era el tedio, de nuevo. La ansiedad de las manos vacías.
Cuando observas al siguiente amante de un amor no puedes evitar escudriñarlo para encontrarte, para descifrar qué hay de ti en él y de él en ti, intentando encontrar un patrón, un modelo, una respuesta distinta a una idéntica necesidad y conocerte así desde el espejo cóncavo, averiguar qué producto eras más allá de tu propaganda en forma de feromona y de los versos más tristes de aquellas noches con palabras como cuchillas.
El Partido Socialista francés se encuentra al borde de la desaparición. Sus votos se los reparten Mélenchon, Macron y Le Pen, los tres grados de un mismo cáncer llamado populismo. Es decir, los votantes del PS no eran esos moderados intelectuales, ni el progresismo aterciopelado, ni siquiera esa centrada clase media de vermú el sábado y vacaciones en agosto. Eran personas que han visto que la socialdemocracia clásica ya no les sirve para conseguir sus objetivos, que siempre y sin excepción son los mismos: el dinero. L’argent.
Como siempre, muchos se disponen a abrir champán por la muerte del socialismo. No se han enterado que la alternativa a la izquierda moderada no es la derecha moderada sino la izquierda radical, la derecha radical y la radical nada. No se han enterado de que si no queremos reformas tibias tendremos rupturas graves. No son capaces de entender que liderar no es pastorear y que los partidos no están para dar la razón a la gente sino para quitársela, para decirles lo que no quieren oír y llevarlos al lugar al que quieren llegar por el único camino que no quieren coger: el del sacrificio, el esfuerzo y la madurez.
En este juego de simetrías, Sánchez no se ve como el socialismo sino como Macron, de ahí los abrazos, los sobeteos y el europeísmo sobrevenido. Pero mucho me temo que, cuando Sánchez los abandone, veremos que los moderados y aterciopelados socialdemócratas de hoy son los populistas de mañana. En realidad, ya lo eran. Solo que aún no lo sabían.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 11 de abril de 2022. Disponible haciendo clic aquí).