Álvaro tiene cinco años y sus ojos son una fábrica de colágeno. Los abre mucho cuando mira y lo mira todo. Esos ojos oscuros son capaces de ver cosas que yo no veo porque son ojos que miran por primera vez, ojos que ven detalles escondidos, ojos que ven más allá de las obviedades en las que nos quedamos atascados los mayores. Y por eso Álvaro es un niño sabio, porque tiene ojos de asombro y de alegría, de paz y de felicidad. Álvaro está bien en el mundo, como Curro Romero. Todo le pilla a mano, todo está donde tiene que estar, todo a su lado encaja y no hay nada que sobre o que falte. En sus pestañas termina una línea genealógica de siglos, esos ojos son la evolución hecha niño y brillan como si el mundo dependiera de que él lo mirara. Y en parte así es. El mundo tiene sentido porque Álvaro lo mira. Si los mayores intentamos conservar la belleza que nos ha sido legada es porque existe un niño llamado Álvaro. Si trabajamos cada día, si tenemos sueños y si amamos nuestra tierra es porque detrás vienen otros y todo tiene que estar en orden. Si seguimos escribiendo es porque él lo lee. Si hablamos es para que él lo oiga. Si levantamos la voz de vez en cuando es porque él no puede hacerlo y pone en nosotros todas sus expectativas.

Nuestra labor, por lo tanto, es recibir una tradición –que es otra forma de propiedad–, protegerla, defenderla, mejorarla, ampliarla y cederla a los que vienen detrás en las mejores condiciones que honradamente podamos. La clave no es ‘podamos’, sino ‘honradamente’, nadie tiene que decirnos nada, nosotros sabemos si hemos hecho todo lo posible o no, si hemos dado hasta la última gota de sangre o no, si hemos respetado a los que vienen y a los que se fueron o no. Los chavales lo merecen y más si son como Álvaro, que el Jueves Santo me daba la mano y me preguntaba todo, absolutamente todo sobre Valladolid y su Semana Santa. Aunque en realidad no hacía falta, porque Álvaro es un genio y ya lo sabe todo. Desde luego, sabe más que yo, que solo soy un farsante, un impostor, un aprendiz. El que sabe es él, conoce todos los pasos, todas las cofradías, todos los recorridos. Y lo sabe porque lo ha leído, la última vez que hubo procesiones en su ciudad el tenía dos años. Desde entonces ha coleccionado fotos y mascarillas, ha visto vídeos y curvas, ha almacenado algunos capuchones de cerámica y, cuando por fin ha podido verlo todo en la calle, cuando su sueño se ha hecho realidad y ha podido formar parte de su tierra y de la tradición que le corresponde por derecho, se han parado todos los relojes, se ha abierto el mundo y los mayores solo podemos callar, escuchar y recibirle con los brazos abiertos. Llevábamos toda la vida esperándote, Álvaro.

Me decías el jueves que escribiera sobre tu cofradía, La Pasión, pero creo que eres tú el que tienes que escribirlo para que yo lo lea, amigo. Porque eres tú el que sabe, eres tú el que lo ve por primera vez, eres tú la causa y el objeto de todo esto. Yo solo digo tonterías. Tú tienes la pureza y tu mirada ve las cosas sin adjetivos, sin velo, eres capaz de ver las cosas en sí mismas y yo ya no puedo verlas así porque para mí están llenas de recuerdos, de restos, de viscosidades de otros Jueves Santos. De comparaciones, de referencias, de contextos. Y ya no hablo de lo que veo, sino de lo que se interpone entre yo y lo que veo. Ojalá pudiera mirar como tú miras, maestro. Ojalá pudiera aprenderlo todo de nuevo y salir a la calle a asombrarme, a sentir, a integrarme en una comunidad que se llama Valladolid y que es tu casa. Los demás intentaremos dejarla lo más limpia posible para que nada te distraiga. Esos ojos no pueden ver ni una partícula de suciedad porque tú no te lo mereces. En ello estamos.

Quiero que lo mires todo, que escuches a los que saben y que guardes estos sentimientos para que, cuando sea el momento, lo escribas y yo lo lea. En El Norte hace falta gente como tú, aquí han escrito Delibes y Umbral, César Alonso de los Ríos y Jiménez Lozano, Martín Descalzo, Corral Castanedo, Maribel Rodicio y Sansón. Y algún día, cuando yo ya no pueda ver, escribirás tú para que yo recuerde, tú serás los ojos de una generación y los viejos veremos a través de tu mirada, que ha sido educada por unos padres, unos abuelos y unos amigos que te quieren. La vida no es mucho más que eso, Álvaro, se trata de saber qué te toca hacer y hacerlo con cariño. Y cuando ya no puedas más, dejar paso a otros niños de Valladolid, niños con los ojos enormes que nos cuenten quienes éramos, cómo sale tu Cristo del Perdón o lo bonita que estaba la iglesia en la que nos bautizaron.

Ya estás escribiendo, aunque no lo sepas, Álvaro. Ponerse delante del ordenador es solo la fase final de un proceso que empieza ahora, mirándolo todo por primera vez. Y cuando un día te pongas a escribir, hablarás de tus recuerdos y pondrás palabras a sentimientos que ya están naciendo. Y si nace otra Semana Santa y si nace una nueva primavera será porque sabe que la estás mirando tú. Gracias por todo, chaval.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 17 de abril de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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