
Ya ha pasado un tiempo prudencial desde la Semana Santa y es buen momento para hacer algunas reflexiones. No esperen un tratado de hermenéutica, solo cuatro apuntes, ya saben, ‘la toco y me voy’. Si algo he aprendido, es que, en este tema, como en todos, hay mucho experto. A los expertos conviene escucharlos, pero no hacerles demasiado caso. Viven en su cajita de certezas y consensos tipo «la tierra es plana», que valen hasta que dejan de valer. Yo me considero un necio porque he escuchado a bastantes expertos y he llegado a comprender todas las corrientes, que es lo mismo que decir que no he comprendido ninguna, porque son incompatibles. Así que ni caso tampoco. Pero aún así tengo claro que hacen falta algunos cambios y de modo urgente.
Porque, pese a que este año nuestra Semana Santa haya estado a reventar, tenemos problemas. Hay menos cofrades, falla el relevo y las cofradías necesitan conectar con la sociedad. Da la sensación de que son un ente aparte, una burbuja que solo funciona en Semana Santa. Y creo que han de abrirse a la ciudad, relacionarse con ella de otro modo e involucrarse en proyectos durante todo el año. Habría que repensar también algunas procesiones, hay cofradías que salen cinco veces –incluso dos veces el mismo día– y la sobreexposición es la madre del desinterés. Y me parece un error mayúsculo que se deje de ir a los barrios. En cuanto a la hostelería, hay que pensar si la noche del Jueves Santo está a la altura, es muy difícil encontrar algo abierto para cenar cuando terminan las procesiones. Y algo hay que hacer con el sábado para que los turistas se queden.
Hay que acometer mejoras, pero me temo que las cofradías no pueden ni deben hacerlo solas. Toda la ciudad debería formar parte de la reflexión. Lo importante es pensar quién debe liderar los cambios y, para ello, hemos de preguntarnos: ¿De quién es la Semana Santa? ¿De la Iglesia? ¿De los católicos? ¿De las cofradías? ¿De toda la ciudad? Bien, yo creo que la Semana Santa parte de lo religioso, pero lo trasciende para adentrase en lo cultural, lo popular, lo social, lo artístico, lo económico y lo turístico. Es algo transversal que aglutina a todas las ideologías, razas, sexos y modos de entender lo espiritual. Por ello, es algo inmaterial que va más allá de la belleza física de los pasos. Y si es algo transversal que pertenece a todo un pueblo, creo que los cambios que necesitamos los deberían liderar los representantes democráticos de ese pueblo. Es decir, el Ayuntamiento. Sin adanismo, escuchando a todos y con buen talante. Pero dejar las decisiones de algo que pertenece a toda la ciudad en manos del Arzobispado, de la Junta de Cofradías –es decir, de las que controlan el cotarro y hacen lo que quieren– o limitarlo todo a la promoción turística, no es suficiente.
En los 80 había dos grandes Semanas Santas a nivel internacional: Sevilla y Valladolid, protagonistas y representantes de dos escuelas. Esto ha cambiado y nuestra relevancia ha caído en picado. Hay que recuperar el liderazgo exterior y eso pasa por un liderazgo interno, por definir bien la propuesta y escuchar a todos para fijar una visión clara como ciudad. Evidentemente la Iglesia manda en los asuntos de la Iglesia y cada cofradía manda en su casa. Pero creo que hace falta que el Ayuntamiento se involucre decididamente y vea esto como lo que es: algo que pertenece a todos los ciudadanos –no solo a los católicos– y que entra de lleno en el terreno de la marca-ciudad y su proyección nacional e internacional. Si la Semana Santa es de todos, el Ayuntamiento –sea del color que sea– ha de liderar el cambio que necesita y hacerlo cuanto antes. Que las aglomeraciones coyunturales no nos hagan perder el norte: o hacemos algo o esto se nos muere.
(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 28 de abril de 2022. Disponible haciendo clic aquí).