La sopa castellana que nos pusieron después fue antológica. El caldo -trabajado cuidadosamente- y las lascas de jamón -de textura perfecta-, aportaban un toque salado mágico que impregnaba el paladar de referencias. El pan como mandan los cánones, es decir, de ayer, bien cortado y de dimensión perfecta se distribuía en un cuenco que era una oda al mediodía. Supongo que por eso estuve a punto de rezar un ángelus mientras se remataba el concepto de tapa con ese recuerdo de sofrito que asomaba en segundo plano de modo discreto, leve, casi pidiendo permiso.

Comento todo esto para que nuestro viñetista JM Nieto me pueda acusar con razón de apuntarme (sic) «a esa forma contemporánea de esnobismo columnil consistente en decir que se come muy bien en el restaurante tal, así, sin venir a cuento», algo que me espetó ayer a la cara y cuyo guante recojo pensando que la mejor manera de homenajearle es darle la razón de primeras para, una vez relajada la pulsión ‘snob’ y domesticados mis instintos a las referencias culinarias, pueda dar paso a lo que importa, a lo que venía yo a contarles, que no es otra cosa que lo magnífica que es la exposición ‘La risa en la mascarilla’ que ha montado mi amigo en el Centro Cultural Paco Rabal de Vallecas.

Se la recomiendo fervientemente, como todo lo que hace Nieto. Cuando una estrella se pone, se pone, y Nieto es una estrella que brilla en todo lo que hace, excepto quizá en la crítica culinaria a destiempo, rama despreciada por el mito. Porque quiero que sepan que Nieto es un mito, un mito con mayúsculas y no solo por esas viñetas de la página 5 que le convierten en una figura inabarcable del humor gráfico español. No. Nieto es mucho más que eso. Por ejemplo, quiero que sepan que también escribe mejor que cualquiera de nosotros y uno se pregunta dónde acaba su talento, de dónde saca tanta razón, cuál es el origen de su clarividencia y cuál es el límite de su genialidad, porque, tras ver la exposición, creo sinceramente que no lo tiene. Es posible ser sublime sin interrupción y yo doy fe de ello: hablar con él es tal chute de inspiración que debería considerarse ‘doping’ intelectual.

José María vive en mi barrio, que tiene la mayor tasa de colaboradores de ABC de toda España. Vamos, que le veo con regularidad. Pero sigo sin acostumbrarme a la brillantez de su mirada, a su ironía -tan fina como su trazo-, a su íntimo conocimiento del ser humano, a su honestidad brutal y a su realismo de carcajadas internas, casi sordas, tanto como las lágrimas que no acabaron de salir de sus ojos cuando recordaba lo que hemos pasado en este país durante la pandemia y todos los que se han quedado en el camino. Y menos mal, Nieto, porque yo también tenía los ojos rojos y estaba a punto de coger a las ratitas y llevármelas a casa fingiendo una llamada cualquiera para disimular y que no te vieran así. Tenemos una mala reputación de la que cuidar y es sabido que las ratas siempre seremos las últimas en abandonar tu barco. Dios te bendiga, amigo.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 12 de mayo de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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