
Lola disfruta de la vida porque sabe lo que cuesta. No me refiero al dinero, eso no importa, no es muy divertido. Me refiero al milagro, claro, al teatro de este lado del telón, al regalo que supone un nuevo día, con sus veinticuatro horas recién ventiladas. Y tiene tantas ganas que le entran las prisas y se biloca. Así, Lola puede dormir y soñar que come, que es como comer dormido, una siesta preventiva. O bailar mientras mira al sol y le ciega, lo que hace de ella una artista del porvenir, una especie de disfrute indefinido. Y claro, Lola te mira y se ríe, pero es porque se está imaginando un chiste. Y te lo cuenta en un extraño proceso que empieza y termina en ella misma, como la propia vida. Y entonces te unes a la risa y piensas de dónde puede salir un humor tan antiguo en un cuerpo tan nuevo. Es la enseñanza de su sangre, el ADN mandando señales de humo y Dios recordándole que siempre estuvo de su parte.
Y por eso, donde el resto ve el día como algo regalado, ella ve la vida como algo conquistado, aunque aun no lo sepa. Da igual, Lola ya lo intuye, sabe que cada bocanada de aire es mágica, nadie le ha enseñado a inspirar oxígeno y expulsar dióxido de carbono, pero ella lo hace como una alquimista en una transmutación maravillosa e increíble. Puede parecer instintivo, pero no lo es, eso se lo dejamos a los demás. Ella lo hace todo con una varita que tiene en el corazón y con la muleta en la izquierda. Y ahí es cuando Lola va y muta el tedio en sonrisa, el cuadro en ventana y el lienzo en mirador desde donde verlo todo. Y entonces su mundo entero es un arte prometedor e incipiente que tiene la épica de un Espartaco minúsculo, el desarrollo de una historia de Shakespeare y las remontadas del Madrid en el 94.
Lola es pequeña y delgada, para no abusar. Come como una lima y cuando ríe, lo hace con todo el cuerpo. Dicen que también hace manualidades, pero creo que no se han enterado de que, en realidad, es el barro del alfarero, la vida llamando a la vida, el óleo sobre el mismo óleo. Y cuando sueña con ir a hoteles y restaurantes lo hace porque sabe que no hay una vida reservada para los demás, que es toda suya, por derecho, que el mundo le espera y que hoy hace diez años que se pararon los relojes y que los bancos fueron camas. Aquel mayo de Madrid vino para quedarse y Lola nos mira como si aquí no hubiera pasado nada, como si fuera normal ganar al destino, ponerle bigotes a la estadística y respirar profundamente este milagro sostenido. Lola cumple diez. Y nunca podremos agradecerte que hayas llenado nuestras vidas de amor. Gracias por ello, maestra. Y cuando te acuerdes de tus padres, hazme caso: párate un poco y respira. Pase lo que pase, tú respira.
Este texto es la tercera parte de dos textos publicados en El Pais en 2018.