
El ciclo empezó en Andalucía y en Andalucía termina. El resultado de Vox en las autonómicas de 2018 fue la llama que prendió una mecha que se extendió como la pólvora. A Sánchez le ha bastado con poner un gotero constante de gasolina encima del reguero para mantener viva la idea de que la alternativa a él contiene necesariamente a Vox. Y ese ha sido el comodín y el chantaje con el que mantener cautivos a sus socios, encerrados como rehenes en una trampa que ellos mismos construyeron con una moción de censura vergonzosa.
Esto terminó ayer. La sobreactuación del miedo al fascismo se les ha ido tanto de las manos que han logrado que numerosos votantes socialistas hayan votado al PP para que Juanma Moreno no dependa de Olona. Qué cosas. Y mientras tanto, otra parte del electorado socialista se abstiene y recuerda al PSC de Andalucía las consecuencias de indultar a golpistas que se ponen por encima de los andaluces, de maltratar el idioma de los hijos de los andaluces, de pactar con herederos de asesinos de andaluces y de despreciar a los andaluces en mesas de las que no son parte los andaluces. Y pasa lo que pasa: que si los tuyos no te votan y encima se van al PP para luchar contra el fascismo –lo que es la vida– tenemos la tormenta perfecta. Todos los caminos conducen a Juanma.
El PP de Feijóo y de Juanma Moreno logra canalizar el descontento a Sánchez en una alternativa ganadora que ha de leerse en clave nacional y de fin de ciclo. Y lo hace de la única manera en la que el PP lo ha logrado históricamente: desde el centro, la moderación, la sensatez y a través de un talante educado, calmado y civilizado. El PP funciona cuando tiene visión, apertura y grandeza de miras. Cuando se encierra en dogmas que no son suyos, en visiones excluyentes y en mensajes raquíticos, fracasa sistemáticamente. Por fin entienden que los votos no estaban a su derecha. Sobraba con buscarlos en Ciudadanos, en la abstención y en descontentos del PSOE. Cuanto más abiertos, más fuertes.
Por su parte, Olona demuestra una vez más que lo que funciona en Madrid no tiene por qué funcionar en el resto de España. Y tengo la sensación de que esto aun no ha quedado suficientemente claro. Las cosas van por otro lado. España quiere gestión, trabajo y mensajes maduros. La guerra cultural acaba, al sur, en Despeñaperros. Y al norte en Twitter y sus bobadas.
La parte mala para un político es que cuando vienen mal dadas, da igual lo que hagas. La buena es que cuando la ola viene a favor también da igual. Y si las cosas se ponen de cara, se ponen. A Feijóo le sale todo y, además, se encuentra con un entorno mundial que pide a gritos el fin de la polarización, del populismo y de las macarradas. Y encima Oltra le pone Valencia en una bandeja. Y cuando el PSC no tiene Madrid, ni Andalucía, ni Castilla y León, ni Galicia, ni Valencia, ni Murcia, ni nada, pues pasa lo que pasa. Que no hace falta avisar más que viene el lobo. Está aquí y marcándose un baile en la puerta de Moncloa.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 20 de junio de 2022. Disponible haciendo clic aquí).