Ya nadie juega al mus, ya no hay tapetes verdes en los bares, ya no hay colegas viciosos llamándote a la hora de la siesta para decirte eso de «faltan dos ‘pa’ un mus», que tú salías escopetado al bar de abajo a pedirte un café solo y un pacharán con hielo en vaso de tubo para pasarte las siguientes cuatro horas de tu vida concentrado en el noble arte de la estadística y con una tensión que ni Camila Parker Bowles delante de un tintero. Porque había tensión. Y una concentración que no he visto yo ni en las oposiciones de notarías. Yo me he pasado muchos trienios jugando al mus por las tardes en bares repletos de mesas, y esas mesas repletas de ceniceros y esos ceniceros repletos de colillas apagadas a la mitad, colillas nerviosas y groseras soltando humo junto a barajas de publicidad de una marca de puros que, seguramente, ya no exista. Y licores cañís de colores imposibles y camareros con camisas blancas, bandejas milagrosas y paciencia infinita. 

En determinada franja horaria, todos los bares estaban dispuestos para el juego. Jugar era lo normal y el mus era sagrado. Así que nosotros jugábamos al mus que se ha jugado siempre en Valladolid: tres ‘vacas’ y cuatro de cuarenta. Vale ‘la Real’ con figura. Llegamos a alcanzar una maestría de tal envergadura que, un día, en el restaurante ‘De la Riva’ de Madrid nos dieron un carnet de ‘maestros del mus’ que aún conservamos y que tenemos que presentar obligatoriamente antes de jugar para que el que de enfrente sepa que se enfrenta con un profesional y no diga que no avisamos. Saber jugar al mus, como las artes marciales, debería considerarse arma blanca.

De tanto jugar había automatismos que ni el Madrid de Mourinho. Fíjense si lo llevo dentro que el otro día, en la Abadía de Westminster, cuando apareció la imagen de Felipe, Letizia, Juan Carlos y Sofía yo veía duples altos. En fin, que sabía perfectamente la jugada que tenía que hacer con cada combinación posible de cartas y en cada lugar posible de la mesa. Cortar la mano con tres pitos de postre, meter cuatro a grande y pasarte a chica para tapar los ases y dar a entender que tienes dos reyes y pillarles así a pares. Fingir que llevas duples altos para tapar la treinta y una de mano. Yo qué sé, no voy a darles a ustedes un master en este momento, pero qué maravilla era jugar al mus con amigos en tardes interminables. Y esa jerga. «A la mano con un pimiento». «Escopeta y perro ‘pa to’». «Si llevas, llevo». «Me la saco en ‘paso’». «Los de fueran miran y dan tabaco». O mi preferida: «tú lo que yo», que es la apoteosis del liderazgo. Y la autoridad del que te decía: «Ponte». 

Qué maravilla esa manera de barajar como ‘croupiers’ de Las Vegas, con amarracos que eran garbanzos plateados y una rapidez en contar las piedras que si la hubiéramos tenido para contar logaritmos o suspensos, otro gallo nos habría cantado a todos. Y ahí se descubrían las cartas y empezaba el espectáculo de las sumas rompiendo el continuo espacio-tiempo. «Dos de grande, el envite a pares cuatro, una de tu par y dos de mis medias siete, y cuatro de juego once, con tres del envite trece. Y la chica en paso catorce. Métete». Y los otros algo similar, sumando en milésimas de segundo, como atletas de la aritmética, como maestros de la multifunción. Qué maravillas esas tardes en el ‘Cachito’, en ‘Cartablanca’, en el ‘Julepe’ o en el ‘Kirke’, que salías oliendo a tabaco como una cigarrera de Triana, pero en versión plaza San Juan. Qué maravilla el ‘Fórum’, el Albany o el Montesol, viendo caer lenta la tarde. Y las expectativas.

Luego los que perdían pagaban la cuenta y se liaba la cosa. Y los que ganaban, con gran elegancia, invitaban a una ronda a los primeros sin que hiciera falta recordarlo. Y entrábamos en un bucle de rondas sucesivas que terminaban como el rosario de la aurora varias horas después, comentando las jugadas principales como un VAR ‘avant la lettre’. Pero qué gran sensación esa de ganar a tus amigos. Eso es incomparable y no hay nada que lo pueda sustituir. Y ahora que lo hemos dejado vivimos con esa carencia de adrenalina y el gusanillo convertido en anaconda. Porque, desde que prohibieron fumar en los bares se acabó el mus. Esa es la realidad: ‘Zapatero killed the naipes star’. Es imposible que un fumador pueda aguantar una partida entera sin cascarse medio paquete de ‘trujas’. Y no vale hacer pausas para salir a la calle porque se pierde el ritmo y jugar así es inaguantable. 

Pocas cosas peores que el mus lento, la partida sin ritmo, la cadencia del jugador diésel. Intentamos después jugar en una terraza, pero fue inviable. Se necesita poco viento y cierto ocultamiento para jugar a gusto. Y también probamos en alguna casa, es cierto, pero fue imposible por el mismo motivo: a ver quién es el guapo que quiere convertir su casa en una zorrera con más niebla que Londres en enero. Eso y que no nos dejan las mujeres. Así que nada. Luego dejamos de fumar, pero ya nunca pudimos recuperar el mus. Es un juego demasiado serio como para tomártelo en broma y requiere de tiempo, de calma y, sobre todo, de ausencia de móviles y redes WiFi. No se puede jugar al mus con cuatro teléfonos en la mesa, despistes continuos, llamadas, mensajes e interrupciones de todo tipo. La sociedad actual es sencillamente incompatible con el mus, así que muerto el perro se acabó la rabia. Ya no hay bares preparados para un buen mus. Se ha perdido la tradición y es sabido que la repetición es la madre de la costumbre. Y cuando se rompe la cadena que te une con el pasado, no se puede proyectar nada en el futuro.

Pero no me resigno. Sueño con echar un mus con mis amigos de siempre. Con Picón, con Recio, con David. Un mus largo como el aplazamiento del IVA, sin nada que hacer en toda la tarde, con todo el tiempo por delante, una baraja entre manos que no sea nueva, que resbala, y una partida que termine 4-3, 3-4 y 4-3, como un partido de Nadal contra Alcaraz sin ‘tie-break’. Y cada juego 40-38. Un maratón de aislamiento y naipes que nos haga recordar el inmenso placer de reunirse con los amigos a disfrutar de la vida con la única ayuda de una mesa de madera cuadrada, una banqueta de apoyo y cuatro señas que no hace falta ni dar. Desde el primer momento todos sabemos lo que llevamos todos. Así en el mus como en la vida.

(Este texto se publicó originalmente en la sección ‘Vallisoletanías’ de El Norte de Castilla el 25 de septiembre de 2022. Disponible haciendo clic aquí)