
Cuando preguntan si eres más de los Beatles o de los Rolling Stones, hay que responder que de los Kinks. Y entre Oasis o Blur, Pulp. O Suede, depende del día. Pues lo mismo pasa con el rugby. Cuando me preguntan si soy del Chami o del Quesos respondo que yo soy del Minotauro, que, además, es algo estrictamente cierto. El Minotauro es el equipo del mundo de cualquier deporte del que más años he sido socio. Hasta hace poco conservaba todos los carnets, que eran cartoncillos de colores imposibles y bordes redondeados como el libro de Religión de octavo de EGB, que no sería capaz de traducirles a la escala ESO, pero que debe equivaler a segundo. Sin ir más lejos, el otro día me presentaron a una persona mientras tomábamos un gintonic de esos sin planificar, que son los mejores, y una cosa llevó a la otra hasta que acabamos cantando el himno del Minotauro -que es el equipo que más empuja y menos pesa- abrazados como si fuéramos seleccionados argentinos mirando a un punto imaginario enfrente de nosotros y nos conociéramos de toda la vida. Aquello del Minotauro fue así, una cosa romántica y familiar. Se lo digo yo que, pese a todo, no fui a verles un solo partido en mi vida. A ver, eran tiempos duros, las noches eran largas y las mañanas cortas. Y uno era joven. Pero me empapé del ambiente – y de otras cosas-, que es lo que realmente nos gustaba entonces. Luego mi amigo Benjamín Pardo jugó una ronda de Copa con el Chami y me hice del Chami radical. Y luego Benjamín se fue al Quesos y me hice del Quesos, pero de toda la vida, tirando a ultra. Y siguiendo esta lógica de ser del equipo en el que jugara Benja he sido de la Universidad de Salamanca, del Burdeos, del Chicago, de un equipo de Estocolmo cuyo nombre no recuerdo y de otro de París que ni me suena, siguiéndolo por el mundo en sus éxitos. Cuando se retiró –aunque el tío está todavía para debutar– ya pude ser libre y tuve que tomar partido sin tutelas. Decidí ser del Chami, pero exclusivamente porque yo, ante todo, soy del Sanjo. Y el equipo de rugby del San José se integró el de El Salvador cuando el Quesos y ellos se repartieron la ciudad poniendo un muro conceptual a la altura de la estatua en la que Zorrilla da la espalda al paseo al que da nombre, con un par. Así que estoy en zona afectiva chamiza. Por eso y un poco también porque Andrés Virto fue mi jefe durante un tiempo y a ver quien tiene narices a llevarle la contraria y aguantarle enfadado todos los lunes. Por idéntico motivo ya me hice del Madrid, todo el pack de cambio de chaqueta de una vez, como si fuera de Ciudadanos. Eso y también por la presión de encontrarme por la calle con Santi Toca, con Fernando Zamácola o con Chema Pardo y a ver con qué cara les miras. Así que nada, ‘In contraria ducet’ y ‘palante’. Pero he de decir que también un poco de ‘Fuerza y honor’, que yo contra el VRAC no tengo nada y he sido muy quesero y les tengo mucho cariño. Conservo la camiseta con la que debutó Benja en el Quesos, en la selección española y en la de Castilla y León. Ya no me caben, claro, pero ahí las tengo y cuando las veo recuerdo aquellos domingos en Pepe Rojo, en un campo congelado, más seco que la tablilla de un coto y duro como un lunes con resaca y acto público, mon Dieu.
A Pepe Rojo íbamos, fundamentalmente, a pasar frío, que es una cosa que purifica y cura. Y, además, es donde se demuestra realmente la amistad. Con un amigo se puede estar a las duras o las maduras y está bien. Pero para estar con él en la grada de Pepe Rojo viendo un partido contra Cisneros en una de esas olas de frío de febrero hay que ser pero que muy buena gente. Yo no me enteraba de nada y me limitaba a gritar lo mismo que gritaban los de al lado que, a su vez, eran coristas de los gritos de ‘El Canas’, que esos sí que eran para verlos. O para oírlos. Yo supongo que si los oyeran algunos en estos tiempos llevaría ya un par de años en Nanclares. Pero entonces era diferente. Eran los años de Calle, Frechilla, Hermosilla, Monjas, Naka y demás. Y Cano en la banda, poniendo paz. Porque en el Chami era la época de Alvar Enciso, de Mata, de Jaime Alonso-Lasheras, Zarzosa y Garachana y había rivalidad y mucha tensión. Sé que me dejo a mucha gente, pero es que tengo que entregar, veo que no llego y tampoco vamos a batir el record del mundo de memoria. Luego esta generación de pucelanos fueron los que nos pusieron en pie a nosotros y a los propios escoceses en 1999 en Murrayfield en aquel mundial mítico. Aun recuerdo la ovación intentando ir a ensayar y despreciando el tiro a palos con un 48-0 en contra a pocos minutos para el final. Y si no fue exactamente así, discúlpenme. Yo así lo recuerdo. Aunque para recuerdos aquella eliminatoria del Quesos contra el Newcastle de Wilkinson, que ni vino. Como yo hablaba bien inglés me tocó echar una mano en el Tercer Tiempo cuando la sede estaba en la calle Colmenares. En Palmitos, para entendernos. Yo creo que aún no me he recuperado del todo de aquel día. Ni del día del London Irish o el del Dax. En fin, que desde que Benja se fue me he desligado mucho, pero recuerdo aquellos descansos con un bocadillo de bacon en una mano, un cachi de cerveza en la otra y ambas congeladas en un proyecto de estatua que ni Bernini. Y, cuando celebrábamos, un escorzo que ni el mismo Laocoonte.
Valladolid es una ciudad de rugby y, quien más, quien menos, todos hemos tenido un amigo o un familiar dándolo todo en algún equipo. Yo mismo jugué una vez en la playa de Suances. Aquel día Benja me rompió dos costillas y puso fin a mi trayectoria el día de mi debut. Da igual, cuando entras ahí, ya no se puede salir. Ni falta que hace. Aunque creas que no te enteras de nada, si miras bien, ves lo más importante, que es a un tío flacucho tirándose a placar a un armario empotrado de 140 kilos porque tiene la seguridad de que detrás vienen otros catorce que van a dar la vida por él. Y eso es lo importante, la lealtad, la generosidad y el compañerismo. Eso te lo llevas para siempre. Dicen que jugar al rugby es una escuela de vida, pero yo creo que verlo y vivirlo desde fuera es otra escuela igual de importante. Entenderán ahora el origen de esta superioridad moral de Valladolid. La clave es que Pepe Rojo no es un campo sino un santuario. Y nosotros, orgullosos y felices peregrinos con hipotermia.
(Este texto se publicó originalmente en la sección ‘Vallisoletanías’ de El Norte de Castilla el 18 de diciembre de 2022. Disponible haciendo clic aquí).