
Me acaba de enviar David Summers un vídeo en el que él y David Gistau se entrevistan mutuamente. El programa se llamaba ‘Letra y música’, o algo así y no recuerdo haberlo visto en antena nunca, por lo que no puedo decir mucho más de él. Este capítulo en concreto dura diez minutos y es un doble derroche de talento y desparpajo, lo cual no me extraña en absoluto porque ambos son rápidos y brillantes, dos cabronazos de esos que parecen haber dedicado su vida a ensayar todas las respuestas a la espera de que les hagan todas las preguntas. Gistau dice que acaba de dejar ‘La Razón’ para irse a ‘El Mundo’, por lo que el vídeo es de 2004 o 2005. Summers dice que ha vuelto con Hombres G tras cuatro discos en solitario y que acaban de publicar ‘Todo esto es muy extraño’, así que las fechas cuadran. Y como Summers está en una pista de patinaje, adjudicado: es Navidad de 2004.
La conversación se centra en sus gustos musicales y literarios, pero, con independencia de eso, el vídeo me ha dejado pensando. En estos días se cumplen tres años de la muerte de Gistau. Por motivos que no vienen a cuento, últimamente he estado en varias mesas en las que se juntaban amigos suyos y he comprobado que su recuerdo sigue presente, de modo eléctrico e intenso. No es un recuerdo vago sino en primer plano, tan grande como el hueco que dejó. Nadie lloriquea, claro. Al menos en público, Son tipos duros y con códigos y el primero de ellos es no sobreactuar como una folklorica. El recuerdo que muestran es bonito. David era una persona, respetada querida y admirada y se nota. Yo no le conocí, aunque, de tanto oír hablar de él, comienzo a tener una extraña familiaridad. Y, por eso, tras ver el vídeo me pregunto qué estaría escribiendo ahora, qué espacio estaría ocupando Gistau en el ecosistema columnil entre tanta mediocridad y dentro un clima tan asqueroso y tan repleto de beatillos y trastornados a derecha e izquierda. Sobre todo, dentro del columnismo. Me temo que no escribiría de política más que lo indispensable y estaría entregado a asuntos más importantes como su familia, sus amigos, el boxeo, el cine o el Real Madrid.
Si Summers están en una pista de hielo, Gistau parece estar en Balmoral, un bar de la calle Hermosilla que frecuentaba bastante y que ya ha desaparecido. El ambiente que el vídeo deja entrever es muy diferente al actual. Lo sé porque lo he vivido, lo recuerdo, en esa Navidad ya llevaba un par de años trabajando, estábamos en pleno boom del ladrillo y España era una fiesta continua. Luego nos enteramos que estábamos dopados, que lo que llamábamos ‘milagro económico’ era solo una burbuja inmobiliaria del tamaño de la Catedral de Burgos que en cuatro años explotaría. Pero que nos quiten lo bailado, en ese momento no lo sabíamos y había dinero a mansalva. Y como había dinero, había futuro, que es la mayor fábrica de alegría. Como dice Chapu Apaolaza, donde hay alegría no hay división. Por eso precisamente algunos quieren terminar con la felicidad, por eso ven necesario acabar con la fiesta, con la celebración, con el encuentro. Nos necesitan tristes para que ellos puedan vivir de la polarización y del enfrentamiento. Y no hay mejor atajo, ni más rápido, que la pena y el tedio.
Por entonces nadie hace ni caso a la política, no había redes sociales y los móviles servían para llamar a los colegas y enviar SMS con la hora y el lugar donde íbamos a disfrutar de la vida a destajo. Escribir columnas era algo sin demasiada trascendencia donde había mucho más de pose y de estilo que de catecismo. Se hablaba de la vida, de detalles nimios, de lo que estaba pasando en la calle, en las salas de conciertos, en los restaurantes y en los museos. La actualidad de la que se escribía era mucho más amplia que la política y ser un esclavo de la actualidad estaba mal visto, era síntoma de ser una persona aburrida, amargada, un friqui sin amigos ni potencial creativo de ningún tipo. A la política iba el que no podía dedicarse a otra cosa. Y claro, así nos va. La burbuja estalló, llegaron los peores, nos comieron el tarro con sus populismos de meapilas y tienda de campaña y de aquellos polvos viene estos lodos. La actualidad se polarizó, el odio se disparó y la gente ha dejado de salir y de celebrar la vida para ver la tertulia de La Sexta y dar el coñazo al cuñado con el estado de tramitación de proposiciones no de ley. Y el columnismo ha dejado de ser una mirada lejana y cínica a la actualidad por parte de gente tan brillante como David para convertirse en un corifeo de guerrilleros y de gilipollas que parecen estar salvándonos la vida cada mañana. No sé qué escribiría Gistau, aunque me lo temo. En cualquier caso, no es este el momento para lanzar predicciones. Lo que sé es que tengo esperanza en que vosotros, los jóvenes, sepáis salir de este clima irrespirable y de esta celebración constante del odio mañanero para volver a la alegría, a la distancia, a la falta de pasión en las convicciones, al destierro de la utopía, a mandar a la mierda a los dogmáticos y podáis juntaros de nuevo en noches memorables, en locales de ensayo, en lugares donde mirar al futuro con alegría y donde hablar de la última ocurrencia de un político o de la guerra cultural que libran dos bandos de esquizoides sean de tan mala educación como hablar de dinero. Mandad, por favor, a paseo a los mayores, todos nosotros estamos acabados. No sois culpables, pero tampoco víctimas. Celebrad la vida desterrando a esta panda de mediocres de vuestro día a día y, si esta Navidad tenéis un rato, leed a Gistau, escuchad a Summers y sed plenamente conscientes de que estáis en una España en la que todo eso puede volver a suceder en cualquier momento. Depende solo de vosotros que las conexiones del talento vuelvan a crearse. Os estamos esperando.
(Este texto se publicó originalmente en ‘Alma Mater’, revista de los alumnos de la Universidad Francisco de Vitoria. Disponible haciendo clic aqui)